FECHA DE CADUCIDAD
Cuenta, al parecer, en sus memorias apócrifas Sir Archilbald R. que, cuando de forma fortuita, se cruzó con la espantosa realidad, apenas daba crédito a sus lentes – o lo daba del todo- .
Frisaría, a la sazón, los sesenta y cuatro años dedicados a la Ciencia y al estudio (y a algo más, como se verá luego). No tuvo duda alguna nuestro ilustre científico del alcance de lo se presentaba ante sus ojos, asombrados por violáceas ojeras y sorpresa mayúscula al cincuenta por ciento.
Nadie le podrá acusar de egolatría o personalismo; más bien, de imprudencia temeraria. En lugar de hacia la redacción de “The Times” dominical, corrió hacia el cuartel general de sus patrocinadores- un lobby multifuncional con ramificaciones en Ontario, Roma, Bruselas, Osaka y las Seychelles, cuyo nombre no estamos en disposición de revelar aquí y ahora- para comunicar su extraño hallazgo fortuito. El honorable Hugo Hoffman, una vez puesta en marcha la grabadora Mp-3, tal como establecían los reglamentos, se mostró terminante.
-Ni una palabra, Archibald; ni una palabra… Por si acaso te olvidases del protocolo de confidencialidad, paso a recordarte…
-No es necesario, gracias… Comparto plenamente tu criterio…
II
Sir Archibald, además de una esposa -lady Margaret, vagamente dedicada a las obras de caridad y a los tés de las cinco en el marco de la alta sociedad londinense- y de tres nietos rubios y encantadores, báculo de una vejez sin alifafes, disfrutaba también, y no en menor medida, del amor mercenario y muy turbulenta compañía de una amante treintañera, especialista en el francés completo, rubia de frasco, a la par entrañable y entrañada, profusamente conocida por Francesca (“Fran”), un suponer nacida en la Florencia [había sido parida en Brighton, cuando su madre, Florence Sparrow (no daba para más su clase baja), soltera y con muchos compromisos, rompió aguas allá en lo alto de la noria gigante, orgullo y beneficio pingüe del reputado parque de atracciones, poniendo perdido al respetable de líquido amniótico rosáceo e indefinibles cuajos color mierda].
Transcurridos dos días de lo expuesto un poco más arriba, hallándose el viejo y la niña (no tan niña) dedicados a juguetones escarceos sobre el lecho rugoso de un discreto apartamento sito en el 17 de Appleby St., nido de fornicio habitual de la pareja, alquilado por horas a tórtolos en brete, sorprendiérase Florence al ver hurgar al carcamal entre los dedos gordezuelos de sus pies, rematados en violentos brochazos de barniz, que recordaban, más de lo necesario, goterones de sangre reluciente.
– ¿Qué coño andas haciendo, Sr. R.? No soporto que me busquen las cosquillas…
– Calla por un momento. Compruebo algo… Haz el favor de mantener pico cerrado…
– ¡Cállate tú…! Me aburres… Por si te has olvidado: fresco como una rosa, el clítoris lo tengo más arriba… Nada, ni caso…
Era verdad, por una vez. Sir Archibald le sostenía fuertemente sujeto el pie derecho y había procedido a separar en lo posible – que era mucho y con bolitas negras- el dedo gordo del resto de enanitos, mientras su índice derecho, tembloroso, palpaba, meticulosamente, el pedregoso desfiladero generado…
– Aquí está… ¡Lo sabía! ¡Lo sabía…!
– A mí también me gustaría saberlo, querido… Después de todo, es mi pinrel lo que está en danza… No dirás que no me huelen bien. Me los he lavado con el Chanel nº 5 que me regalaste el otro día, esta misma mañana, al levantarme…
Algo iba mal, sin duda. Sir Archibald, convulso, se retuerce.
– ¡Oh, mujer desgraciada…!- clama al Cielo.
Y el anciano, sin decoro alguno, se pone a gimotear como un conejo… Se había incorporado y saltado del lecho. Paseaba, cual tigre enjaulado julandrón, dando grandes zancadas, por la estancia…
– ¡Algo tan prosaico como un código de barras…! Cago en tal… ¿Acaso se trata de un aviso…? ¿Una orden de…? Tendría sentido: procédase a darle curso de inmediato.
– La que avisa soy yo: me estás poniendo de los nervios, Archibaldo…De sobra sabes que, a las malas, un Bloody Mary, comparado conmigo, es un zumo de jengibre… Qué coño de jengibre… Puta zarzaparrilla…
– Escucha, pobre cosa, un día de éstos vas a ponerte muy enferma… Ni se te ocurra acudir al hospital… ¿Oyes lo que te digo?
– Déjame en paz… Me abro… No de piernas; eso, ni lo sueñes, querido, de ahora en adelante… Me largo, me las piro, me descuelgo… Tú vete preparando joyeles y perfumes…
Florence tardó minuto y medio en salir de la estancia dando un fuerte portazo. Sir Archibald ni siquiera pudo reunir fuerza suficiente para cruzarse en su camino e impedírselo… Se había situado frente a la mesa camilla cojitranca y tomaba notas en un dossier con cierre que había extraído de un maletín de cuero.
– De eso se trata entonces…- farfullaba, casi ininteligible- Pero, ¿quién…? Esa es la cuestión y no otra, mi querido amigo… Los que controlan… Menuda, Dios todopoderoso o la Reina de Inglaterra… O ambos los dos, porque los creo capaces… O puede que se trate de una conspiración “urbi et orbe”… Habrá que averiguar si viene sucediendo desde el principio mismo de los tiempos…
No se atrevió (mira tú, supersticioso) lo que la sensatez le pedía a gritos: quitarse calcetines, conservados en los actos de lujuria, propicio como era a los catarros…
III
Francesca Sparrow, fallecería dos semanas después, en el Saint Joan´s, dispensario londinense para pobres, donde había sido internada por una apendicitis que se habría complicado de repente.
Sir Archibald, asistente, de incognito, a su entierro, ya había decidido abrir dos clínicas privadas: una, en Knightsbridge, dedicada al cuidado de los pies de las clases pudientes, y una segunda, en el barrio de Whitechapel, con igual dedicación, pero ésta con carácter gratuito.
Necesitaba un muestrario lo suficientemente amplio de códigos de barras interdactilares para estudiar posibles diferencias y, ya de paso, la naturaleza última de su carácter: congénito o impreso.
Desgraciadamente, sus planes se frustraron cuando un coche, cuyo conductor se dio a la fuga, lo atropelló mientras cruzaba Picadilly Circus, a primeras horas de la tarde…
Su postrer pensamiento fue la mar de prosaico:
– Esto me pasa por llevar puestos calcetines en la cama… Francesca me lo tiene advertido muchas veces… ¡Mi dulce corazón…! ¡Con los pechos tan lindos que tenía…!
…………………………………….FIN
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