Se la oyó comentar en el mercado- tenía los ojos tristes-que con un bacalao para ella y su marido había de sobra. La Sra. XX no suele mostrarse parlanchina últimamente; pero ayer nos explicó que, con medio tomate por cabeza- tenía los ojos tristes-, se monta una ensalada de primera. La pescadera asiente; ni se inmuta. La Sra. XX tiene un hijo en el paro y dos nietos pequeños.
Se me da por pensar: “Si la Sra. XX, la de los ojos tristes- que nunca tal se viera-fuese un banco, ya se hubiesen reunido los Diez o cuantos sean para sacarle las castañas del fuego”. La Sra. XX es -era- un ejemplo clarísimo de eso que llamamos “clase media”. Si ella fuera un banco, no se sentiría tan humillada y vacía, de repente. Lo suyo sólo es necesidad, nada que ver con lo tratados comerciales, capaces de solapar un genocidio o hacer de Robin Hood un invertido, azote de los pobres, paladín financiero de los ricos…
Esto sucede en una España de gobierno socialista. ¿Son los bancos más importantes que las gentes? Un mundo del revés, vertiginoso: el quién defiende qué se ha vuelto un acertijo. La ceremonia de la confusión, ora pro nobis. Hablan y hablan; se justifican pero no convencen… Ninguno de los que, hasta ahora, están contando escaños… Su trompetería triunfal suena a milonga acorralada. No nos convencerán mientras la Sra. XX, con su mirada triste, trate de convencernos, a su vez, de que un lirio para dos constituye banquete más que suficiente…
La pescadera, hacedora de milagros, añade al plato un nuevo bacalao, con esa generosidad innata en el Pueblo, licenciado en penurias desde siempre:
– Regalo de la casa…
La Sra. XX comprende la limosna embellecida. Y sonríe. Tristemente…
Nadie comió perdices.
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