«Balada triste de trompeta», de Alex de la Iglesia.
26/12/2010 por J. T.
Con De la Iglesia hemos topado, Sancho camarada. Visto lo visto, prefiero a don Eloy, hoy como ayer entre ángeles caídos levantados. Siempre me he preguntado por qué, a raíz de «Acción Mutante»(1992), se hablaba de «discípulo almodobariense» cuando los tiros (y golpizas y patadas) iban por los senderos de gloria del Tío Jess: zurrarle la badana a la Bella, en plan bestia, hasta sacarle el polvo y paja que tuviere.
Que a mí, personalmente, me repateen mensaje y mensajero De la Iglesia carece totalmente de importancia. Si lo advierto, es por dejar clara la imparcialidad de lo que está a punto de escribirse. Podría ventilarse en telegrama: «Balada Triste»: Granguiñolesca. Stop. Desagradable. Stop. Un par de secuencias memorables. Stop…»
En teoría, la historia de Javier, Payaso Triste, enamorado, cual Petrarca de la suya, de una Laura titiritera y saltimbanqui a la que le va la marcha cosa mala, daba para unas «Candilejas» chaplinianas, por lo menos. Una miaja de Poesía bien debería exigírsele. Yo ya me fui sentando y esperé, paciente (adjetivo, no verbo), a que toda aquella pirotecnia imaginaria deslumbrante y el gori-gori de tanto matarile se calmasen y las aguas mayores y menores volviesen a su cauce. Cuando ya me había salido un callo en salva sea la sensibilidad que, a estas alturas, a uno pueda quedarle, de pronto, la película se inventa otro registro, cobra brío y se convierte en una «Escopeta Nacional» revisitada; pero ya no contada por Berlanga, sino por un Paul Naschy al que, fantaseando con Spielberg, le hubiese bajado del cielo una erección talentosa de propulsión a chorro. Por salirse, hasta se sale Su Excelencia- el mejor don Francisco que ha retratado el Cine hasta la fecha-.
Justo cuando estaba a punto de reconciliarme con este Alex en el País de los Excesos, tras un ascenso vertiginoso del interés en una fantasmagoría entre el «demasié pal body» y el despropósito de luxe, mientras el Payaso Triste, culo al aire, va del puente a la alameda con perdices en la boca para acabar con la revelación más desopilante que la Memoria Histórica pudiese incorporar a sus archivos, el guión, en un salto mortal con doble pirueta, se nos mete en sagrado, en territorio yuyu, no importa cuánto nos lo tengan avisado los Baluba, negritos malos no venidos en patera sino a bordo de las pelis tarzanescas de la Metro Goldwin Meyer.
No daba crédito a estos ojos con Niágara (sin Marilyn que valga…). Alexandro, hijo, majo, sólo a ti se te ocurre convertir el Monte Rushmore en Valle de los Caídos, por homenajear la «Con la Muerte en los Talones» hitcockiana. Me descoloca el Cine De la Iglesia. Ni siquiera me declaro agnóstico: paganazo en taparrabos…Me llamaréis U´Mbopa, si es que os place…Cheetah, oncawa…(En swahili, quiere decir «pasa pa casa»).
Podría esperarse, dejando a lado su poética fallida, el triunfo del Humor- se supone que negro, dado el marco: Guerra Civil y lo que vino luego-. El Humor que maneja esta balada de terror y miserias renuncia a la ternura: se apunta al estacazo y tentetieso. Reina Wanda, la estricta gobernanta; manda cueros…
Nuestro hombre tenía a mano «Los Clowns» de Fellini- a Alex le preocupan los payasos: en 1998 publica, en Seix Barral, una novela titulada «Payasos en la Lavadora»-; otrosí, podría haberse acercado a la obra maestra del género circense: «Garras Humanas», un Tod Browning de 1927, con Lon Chaney y Joan Crawford, que, muda y todo, habla del Amor, de la deformidad y de un más difícil todavía: el que un guión se mantenga en equilibrio y no acabe por romperse los cuernos en un «pan y circo» para tarantinianos carpetobetónicos…Si tanto te desagrada De la Iglesia, ¿por qué le entras al trapo…? Perdona si, a mi vez, me pongo hitcockiano: no me gusta pero me interesa, yo confieso… (Confieso, no comulgo: las piedras de molino me dan ardor de estómago).
LA VUELTA AL MUNDO EN 80 CLÁSICOS
BALADAS (TÚ BALA, QUE ALGO QUEDA…)
Además del testamento Wilde desde la cárcel de Reading, joya de la corona, o la que cantaba-tan sinfónica y patética- aquel Raphael de ph neutro, baladas, no necesariamente trompeteras, hubo muchas. Aquí, a beneficio de inventario, recordaremos sólo las cinéfilas, de intención variopinta y alcance desparejo…
– «La Balada de Berlín» (1948), de Adolf Stemmle. La posguerra de los alemanes vencidos, lamiendo sus heridas entre ruinas y el fantasma del remordimiento. «Opera prima» de Gert Fröbe («El Cebo», «Goldfinger»…; antiguo miembro del partido nazi, salvó a una familia judía de la Gestapo, hecho por el que fue condecorado). El interés testimonial de esta película es indudable; su calidad, al parecer, no tanta.
– «La Balada del Soldado»(1959), de Grigori Chujrai, made in URSS, clásico del Cine Pacifista, premiada en Cannes y prohibida en España -faltaría más-, a recuperar urgentemente. Un poema en imágenes sobre el Amor en los tiempos de Guerra…
– «La Balada de Cable Hogue» (1970), de Sam Pekinpah, «western crepuscular» donde los haya, cuyo humor lo va tiñendo todo de nostalgia. Contiene la muerte más bonita de la Historia del Cine. Tomé nota. Así quiero marcharme. Amén a eso…
– «La Balada de Narayama» (1982), de Shohei Imamura, «palma de oro» en Cannes al mejor director. Cine tremendista a la japonesa. Tal cual como si «Este Perro Mundo» (Gualtiero Jacopetti, 1962) se hubiese vestido de etiqueta. Es hoy y no me la creo demasiado; su terrible «poesía» se me antoja envoltorio de lujo para el gore; su valor antropológico, una mera coartada. A estas alturas, ya ni me atrevo a verla…
– «La Balada del Sad Café», (1990) de Simon Callow. El texto McCullers maltratado y mal tratado, al decir de la crítica seria. Leí en algún sitio que la autora de «Reflejos en un Ojo Dorado» y «El Corazón es un Cazador Solitario»(una de las novelas más conmovedoras que conozco) era una insoportable arpía con su propio talento como monotema recurrente…Ah, caramba; pero cuando escribía, la tinta se llenaba de ternura melancólica; de humanidad latente, a prueba de «vanitas vanitatis»…
El resto de «baladas», haberlas haylas, es ya en tono menor: la de Johnny Ringo (era el 67 y mandaban los Beatles), última peli, española, del Tarzán Lex Barker; la de los Asesinos, en ese mismo año, dirigida por Yves Allegret, francés completo de segunda o tercera, otro de los sepultados por la Ola… Como no hay dos sin tres, «Balada de un Pistolero», es un nuevo spaghetti western del 67, dirigido por Alfio Caltabiano… Pienso mal, y seguro que acierto, alguien creyó «balada» tenía que ver con «balacera»…
(Publicado en DIARIO DE FERROL)
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Stemmle, el René Clair alemán. La balada de Berlín, editada después de la guerra (1948)