Archive for marzo 2010
«Brothers», de Jim Sheridan.
Posted in El cine de los Lunes on 28/03/2010| Leave a Comment »
«Lecturas para rogelios» (4)
Posted in mucho cuento on 28/03/2010| 1 Comment »
Gato encerrado
Se reunieron, por no ser menos que los perros, en ejemplar coloquio; mas, nada cervantinos, pronto comenzaron las pendencias. Al parecer, fuérase a un gatto sicili-ano al que se le dio por mentar a Lampedusa:
–Reconocerá este ilustre senado que, para rancio y abolengo, siempre habrá de citarse El Gatopardo…
–Una desilusión: ni siquiera resulta ser un gato… –replicóle, cerrado de mollera y de pared, El Gato Negro– Y, además, en su difusión desmesurada, el tal Visconti peliculero tendría mucho que ver, como tú sabes… Y Poe, por el contrario…
–Si mencionas a Poe, yo saco a colación a Lewis Carroll… –sonó una voz, procedente del aire– Ser de Chershire, a la vista no está, siempre imprime carácter…
–Sin contar que el mejor relato sobre nuestra raza está escrito en francés. La Chatte de Colette es, sencillamente, un tratado exhaustivo de psicología felina… –intervino una gata en negligé, que se estaba depilando una ceja por consolarse a medias de sus males menores, en un celo intermitente llevado con escasa paciencia.
–Nos quedaremos con el francés de Simenon, si no le importa, señorita… –tuvo más que decir un morroño de pelaje algo sarnoso– El Gato puede que sea su novela más sincera, donde se exploran los abismos del amor sin amor en los matrimonios desgastados por el tiempo… ¡Pobre Georges…! La escribió recién abandonado por su segunda esposa…
–No estoy de acuerdo en absoluto, caramba… –maulló un animalejo de aspecto culterano- Digáis lo que queráis, vamos a hablar en serio: mandan Clásicos. Nada puede superar en ingenio a La Gatomaquia del Félix de los Ingenios Españoles…
–Querrás decir el “fénix”, querido… –le cortó la Gata de Colette. A Saha le molestaba sobremanera la estorbasen en su fase freudiana, cuando andaba presumiendo de complejos interiores modernistas. Estaba decidida, una vez más, a llevarse el gato al agua, en un jacuzzi-palangana instalado, y no del todo estable, en su tejado suyo verde que te quiere verde… ¡Si las tejas hablasen…!
–Digo lo que me da la gana, señorita… –no se achantó el minino de quevedos.
–¡Nosotros pedimos la palabra! –gritaron, desde el fondo del salón, dos gatazos de porte relamido.
–¡Micifuz y Chapirón! ¡Dios nos asista! –se escuchó en la gatera.
–¡Un par de demagogos del copón! –terciaron otras voces destempladas.
–Desde luego, en lo que se llama clase, no me llegan a mí a la punta del rabo… –aprovechó para meter baza cierto pedantísimo retórico, aquél que, por sus turgencias semihidrópicas, quería chupar el zumo de hojas heliotrópicas, esto es, en román paladino, zamparse un cucurucho de pipas girasolas.
–Mi compañero y yo –declamó Chapirón, todo oídos sordos a aquella algarabía– reclamamos el derecho de la fábula neoclásica para entronizarse como principal valedor de una estirpe acrisolada: la del felis silvestris catus… Éste y yo, para lo que gusten mandar, si es que nos parece conveniente.
–¡Calle Fray Gerundio, el fabuloso! ¡Un tostón, por no llamarlo plagio…!
–¿Quién eres tú que mi amistad procuras, fachendoso extranjero? –le espetó Chapirón con voz zumbona.
–Soy “El Gato con Botas”… y me ha escrito Perrault…
–Un cuentista de tomo y lomo, como todo el mundo aprecia… –asaeteó Micifuz. Solía gastar, cuando le apetecía, muy mala leche.
–¡Un momento! ¡Un momento! Cuestión de orden, presidente… –se le escuchó trinar, con acento canario, a la mascota negra de doña Emilia Pardo– Me vais a permitir que os lo matice. El mayor logro literario en cuanto a gaterías jamás podrá ser otro que ese Miau galdosiano, su mejor obra para la crítica no adocenada y correveidile de modas parisinas…
–Atrévome a citar, con no menor derecho, un texto hoy olvidado, La Esfinge Maragata que tanto tiene que ver con los manjares que solemos llevarnos a las fauces: su autora se llamaba Concha “Espina”, dejad que me relama; lo del mar y su postre se explican por sí solos… –empezaba a decir un micho montañés cuando fue interrumpido.
–Con la venia, si se me permite… –metió baza, de un salto, un magnífico ejemplar color caramelero, acentuado a lo pollo de Kentucky– Supongo conocéis que Nelson Algren, aquel yanki que se beneficiaba a la Bovuares, alcanzó incierta fama, además de por sus hazañas bélico-amatorias sobre el lecho de Simona, con cierta novela escandalosa que, titulada originalmente A Walk on the wild side, onomástica que se apresuró a tomar prestada Mr. Lou Reed en sus mejores tiempos, se divulgó en España como “La Gata Negra”, a raíz del estreno de una pudorosa versión cinematográfica…
Y en tan amenas disquisiciones se hallaban los presentes, cuando, de repente, comenzó a sonar la música. Alguien cantaba, en tonos desgarrados, las primeras estrofas del Memories de Andrew Lloyd Webber. Talmente desde el cielo, estaba descendiendo Grizabella, en medio de un frufrú harto apestoso de harapo, churrete, resaca y telaraña.
–Como protagonista del musical más famoso de todos los tiempos –acertó a declamar, pues estaba piripi, se notaba a una legua y aun a siete–, estoy en condiciones de negar la mayor…
–¡“Negar la mayor”! Esa muletilla dialéctica la has leído en el editorial de algún periódico. Que lo sepas, está ya más sobada que tus sudados lomos de coneja… la interrumpió El Gato con Botas, tan faltón como siempre.
–Silencio, per favore, ti prego… Escuchemos lo que dice Grizabella… –demandó el Gatopardo, quien no descartaba una cita galante aquella noche con el pingo canoro.
–Gracias, gentil caballero –ronroneó la interpelada, en plan coqueto. Y pasó a citar, grandilocuente, a Blanche DuBois, recurso que jamás le había fallado a la hora de conseguir una lata oxidada de chicharro en aceite o espinazo de raya “en esos días” con suculento cartílago colgando, procedentes, sobre todo, de su abundante clientela gay, paño de moco de sus muchas desdichas y quebrantos–. Es duro a veces, os puedo asegurar, el depender de la generosidad de los extraños…
–No me puedo creer lo que detectan mis bigotes… –se impacientó Saha, la Gata de Colette– Todo este rendibú en honor de adefesio semejante… Tanto predicamento para una partiquina psicalíptica… Personalmente dudo, a qué ocultarlo, un musical pueda considerarse teatro en serio. Aún dudo más, si alguien me lo pregunta, que el teatro tenga mucho que ver con la Literatura… Una especie de circo bla-bla-bla, mester de bululú, un “quiero y no puedo” improvisado por un arlequín afeminado y una colombina con patas de gallo en la pechera… ¡Vaya par de farsantes, quita, quita…!
–No empecemos, carayo… –gritó, desde un rincón, el tristemente célebre “Séptimo Miau” de Divinas Palabras, a la sazón rascando sus peludas bolitas– A ver si me sublevo y la emprendemos a ostias con la nena… El Teatro no se toca, bonita… A mi Ramón María me lo respetas… No vaya a ser te raje del revés en dos puntos estratégicos y acabe lo que empezó Naturaleza…
–Di que sí, morenazo… Tres hurras por el noble Arte de Talía… –terció Maggie, otra que tal. La pobre siempre andada calentorra por culpa de los tejados de zinc desde los que saltaba cuando tenía ganas de tirarse a su marido Brick, o sea “ladrillo”, un bello indiferente con ramalazo y pérdida de aceite de ricino a raíz de la defenestración de cierto Skipper, su amiguito del alma (y del cuerpo; aunque no quede claro si de cintura para arriba y/o de cintura para abajo).
–Habida cuenta que a los cómicos los enterraban en profano, ya me dirás dónde está la nobleza… –echó más leña al fuego la, en versión doblada, Gata Negra.
–Por una vez, voy a tener ocasión de puntualizar algún que otro detalle pertinente de nuestra presencia en los principales coliseos de Occidente… –era el turno ahora de un gato demacrado, con unas pintas de morfinómano que tiraban de espalda. Usaba monóculo, un ridículo gorro de tweed y hablaba mirando a la platea– Obviando aquella comedieta de bulevar, La Gatita y el Búho de Bill Manhoff, en los años 70, quiero llamar vuestra atención sobre una conjura de nuestros enemigos naturales, los ratones, que pretenden ostentar su primacía sobre los escenarios con esa archisabida Mousetrap, un whodunnit de segunda o de tercera. Los interesados en el teatro policíaco, desentumecedor de neuronas y agudo pasatiempo, han sostenido siempre que la mejor obra de intriga quedó ya escrita a principios de los 20: El Gato y el Canario de John Willard, un sabio combinado de horror y de suspense… Ya quisieran esos sucios roedores acercarse a su ritmo y consistencia…
–Llevamos aquí casi media hora… ¿Es que nadie siente impulsos de fornicio…? –y era Fritz, The Cat, por descontado, que se había colado, de rondón, en el evento.
–Guarde silencio el dibujo animado… El cómic marginal ni siquiera estaba convocado… Una tira de prensa, viñetas de ribetes pornográficos… Aquí hemos venido a hablar de cosas serias… –pretendió callarlo Don Fabricio, deseoso de recobrar un protagonismo que se le estaba yendo de las patas– Sólo Literatura, desde luego… Abstenerse subgéneros…
–Entonces, me retiro… –se quejó El Gato Montés, muy ofendido– ¡“Sólo literatura”! Si lo llego a saber, no me molesto en salir del pentagrama… A mí se me valora hasta en Niponia: allí, un pasodoble se equipara, tú por tú, a un vals o a una mazurca… ¿Acaso no es el único que da la vuelta al ruedo?
– También yo haré mutis por el foro… –anunció el Gato Negro-Gato Blanco de Emir Kusturica, acostumbrado a las solidaridades proletarias tribales, mientras se buscaba garrapatas con ahínco detrás de las orejas– Después de todo, será verdad que la letra entra con sangre azul: por quedar de finolis, los señoritos siempre prefieren la novela a la película…
Nadie iba a pronunciar un “no te vayas”. Los vieron alejarse, entre siseos donde las palabras “gentuza”, “advenedizo” y “secundario” pudieron percibirse varias veces. Como por arte de magia, aparecieron los emparedados y el oporto. El cotarro se animó instantáneamente.
En ello estaban, sin paja que cupiese entre las nalgas, cuando una especie de falo herrumbroso y con priapismo se destacó de entre la distinguida concurrencia:
–¡Compañeros! Todos a la huelga general… Basta ya de discriminaciones: exigimos se nos obligue a usar correa y bozal, como los perros…
-¿Quién es ése, mon dieu…? Parece un sacacorchos con obesidad mórbida… –era Saha, la gata de Colette, quien opinaba.
–A mí me suena… –un farol de Chapirón, que nunca reconocía ni ruido de cuesco en medio de apreturas de sarao ni ignorancias mundanas cualesquiera, ibidem mismamente.
–¿Queréis saber quién soy? Levantador de pesas…
–¡Que se aleje al instante! ¡Un deportista aquí! ¡Faltaría menos! ¡A la calle, a la rue…! –el maullerío se había generalizado. La hostilidad, palmaria, flotaba en el ambiente.
–Ya por ser de Madrid tendría derecho a estar aquí, que nos llaman los “gatos”. Pero es que, además, levanto coches pa cambiarles la rueda…
–Pues peor nos lo pones… –arguyó, perdonavidas, el pedante retórico– La clase obrera puede que vaya al paraíso; nadie habló de vía libre hacia el Parnaso… Por mucho que os titulen artesanos. Salud, la que queráis. ¡En cuánto al Arte…!
–El Gato de taller no se presenta solo… –informó el extraño visitante– El Gato de Nueve Colas ha venido conmigo…
– Servidor… –se oyó replicar desde su izquierda– Y, además, tengo órdenes precisas de no dejar santo patrono en este templo… Hemos venido a armar un gatuperio…
NOTA DEL AUTOR
Aspira éste que lo es –escribidor de lo que ha venido antecediendo– a propiciar sea la audiencia –strictu sensu, la videncia: de escuchar algo, quizás, dios no lo quiera, vendrían a ser bostezos– quien decida el final conveniente de estas masturbaciones mentales y su dale que te pego. Solicito pues, queridos camaradas, del tribunal popular, un fallo y un acierto inapelables y no, abandonado el ejemplo de Berceo, un vaso de buen vino, pues no bebo lo que no sean vientos por redactar en justo y en derecho, por mor de mis pendulares tensiones arteriales.
DESENLACE PRIMERO
Les propinaron paliza soberana. La Crema de la Crema ni siquiera intentaba defenderse. Hasta todo un “Séptimo Miau” salió corriendo. Los hubo hasta quienes parecieron aliviados de neurosis; y no es por señalar pero la Gata Negra pedía más y mejor para sus muchas culpas lupercales…
–¿Por qué hemos hecho esto, compañero? –preguntó el De Las Nueve Colas mientras peinaba, pensativo, sus ásperas guedejas, después de la batalla.
–La Clase Obrera no se fía de los artistas burgueses… En general, de los que ve trabajar no con las manos, sino a golpe inspiración o de caletre. Tanta sensibilidad nos incomoda… Prefieren ellos el caviar a las lentejas… Llámalo un desahogo, una “revolución de bolsillo”, lo que quieras… De cualquier modo, ellos empezaron primero. No hicimos más que devolver violencia por violencia. La suya es estructural; la nuestra, puntual y justiciera, que cesa en el momento en que su causa desencadenante cesa…
–Lo he comprendido todo, camarada… Muchas spasivas.
–Pásame otra botella de vodka, camarada… Za zdaróvie, tovarich…
Y, colorín colorado, fueron felices y comieron raspas de ortodoxia y tripas de centralismo democrático.
DESENLACE SEGUNDO
Rápidamente fueron desalojados a zarpazos. A salvo ya, al Este del Edén, detuvieron carrera y lamieron heridas.
–Lo que no acabo de entender, camarada tovarich –dijo el Gato de Nueve Colas (aunque, en justicia, a estas alturas, podía presumir de sólo siete: abofé se había llevado la peor parte)–, es para qué necesitamos nosotros las correas y los bozales…
–Se trata de estrategias movilizadoras con vistas a agudizar contradiciones. No es bueno hablarle al gaterío de la revolución pura y dura, en lo que pueda entrañar de metafísico. Marx, desde luego, no escribió para las masas. Das Kapital y su complejidad, por ejemplo… Todavía no se encuentran preparados.
–¿No deberían, entonces, nuestras vanguardias prepararlos?
–Deberían; pero no tenemos tiempo… Aprender luchando es una solución razonable… ¿Sabes lo que te digo, camarada?
-¿Qué me dices, camarada tovarich?
– No pretendo asustarte; sin embargo…Mucho me temo sea necesario informar enseguida al Comité Central de tus palabras…
–¡Non Serviam…! –gritó, sartriano, el De Las Siete Colas. Y puso su maltrecho bigote en polvorosa.
………………………………..Fin
«La cinta blanca», de Michael Haneke.
Posted in El cine de los Lunes on 22/03/2010| Leave a Comment »