Feeds:
Entradas
Comentarios

Archive for marzo 2010

Éramos jóvenes cuando la Guerra de Vietnán. Los “Felices 60”, los llamaron… ¿Cuántos muertos y heridos? Y, ¿cuánto dolor/ gloria?  Cae de ataúd se cuente en ambos bandos. Y hablando de contar (y de ocultar), los enfermos mentales posteriores, consecuencia del horror y la barbarie, ¿alguien los ha apuntado en una lista…?

No podía volver a repetirse. “Nunca más”; y no lo decía el cuervo, sino la doble águila. Y total, para qué, si Bagdad ya tiene su ladrón otra vez, surgiendo, rapaz, de entre las nubes, y el Paraíso entre el Éufrates y el Tigris, convertido en infierno, se ha poblado de ángeles de la muerte, espada en mano, para que los fabricantes de armamento, borrachos de oro negro, nos cuenten su batalla legendaria: otra muralla china (y otro cuento) levantada por la vieja civilización occidental, tan cristiana, la mejilla hecha un cristo, que nos libre del Mal,  y diga amén el mundo, consintiendo…

Pero las guerras las hacen los soldados; y los soldados, escuche, general, son hijos nuestros todos ellos. Ay de quien se atreva a llamarles “perros de la guerra”…Les habéis enseñado a matar y a morir; lo han aprendido. Siguen siendo personas, general; hay una línea que no se cruza nunca…Y si se cruza, entonces, no hay regreso…

He aquí el mensaje final de la película en boca de un “miles gloriosus”  que pregunta a la Muerte dónde está su victoria: es preciso sobrevivir para asistir al final de una guerra. Pero, entonces, ¿cómo serás capaz de soportarlo y continuar viviendo?

“Stick and Bones” (“Palos y Huesos”) de David Rabe, pieza negrísima  centrada en los efectos  de la Guerra del Vietnán sobre aquellos muchachos invencibles que habían ido a ganarla más allá del sol naciente y, de pronto, se hallaron de regreso en el hogar con los ojos manchados de sangre y de vergüenza, se estrenó en España en el 74, un montaje del T.E.I. dirigido por William Layton, con el título de “Mambrú se fue a la Guerra”. Quizás fuese interesante reponerla. Tiene mucho que ver con el presente y  la película, dentro y fuera de sala, a la que, de nuevo, estamos asistiendo.

“Brothers”, remake de una homónima cinta danesa (Susanne Bier, 2004), premiada en San Sebastián,  transcurre en dos frentes de combate: Afganistán, donde un capitán del ejercito USA  es capturado y entregado, junto con uno de sus hombres, a los talibanes, que los someten a espantosas torturas, física y moralmente, y el “home, bitter home” del primero de ellos, escenario de una sórdida batalla a partir de unas relaciones interpersonales en conflicto: la mirada paterna repartiendo el rol de Caín y Abel según esquema Steinbeck, que Elia Kazan llevara a la pantalla en “East of Eden”, principio y casi fin de Jimmy Dean, año 55. La falsa noticia de la muerte del capitán Cahill y su vuelta a casa harán aflorar toda la frustración y el resentimiento acumulados.

Seguro enseguida localizan al irlandés Jim Sheridan. En 1989 nos ofrecía una muy hermosa “ópera prima”, “Mi Pie Izquierdo”, canto a la superación personal con un poco de ayuda de los amigos (y la voluntad propia), para continuar con una filmografía  notablemente intensa, de la que, a lo mejor, destacarían “En el Nombre del Padre” (1993) o “The Boxer” (1997), protagonizadas las tres por Daniel Day-Lewis. Su aliento, siempre tan en caliente, tan cercano (la familia como punto de partida y de llegada para los dramas sociales y/o políticos), logra insuflar en “Hermanos” una humanidad absolutamente reconocible por nosotros, los espectadores, que podemos soportar la extrema dureza algunas de sus secuencias porque quien te las presenta lo hace desde el dolor compartido. No esperéis melodrama, ni grandguiñol, ni pirotecnia…  Es más, vamos a tener ocasión de escuchar a todo el mundo, lo cual es difícil, a veces: unos afganos que se sienten invadidos, no salvados, por tropas extranjeras; unas personas de uniforme de los que se espera, inútilmente, puedan resistir lo más cruel de un espanto sin límite o piedad o acuerdo internacional empapelado sobre una clase de guerra a llamar “civilizada”; unas familias, lejos, tratando de sobrevivir a la catástrofe…

La función está servida por unos actores de probada solvencia: Tobey Maguire, salido de “Las Normas de la Casa de la Sidra” (Lasse Hallström, 1999) para luego enredarse en tela “Spiderman”, y Jake Gyllenhaal, el protagonista de “Brokehead Mountain” (Ang Lee, 2006) y “Donnie Darko”(Richard Kelly, 2001), interpretando a dos hermanos al Este del Edén imposible de una América imperial a costa de su paz y  su prestigio, a la cabeza-y el corazón- de un reparto importante: por allí anda el dramaturgo Sam Shepard (“El Verdadero Oeste”) humanizando a un padre saturnal hasta las heces o Natalie Portman, cuya sonrisa, algo mecánica, podría llegar a parecernos monocorde.

El silencio en la sala era sobrecogedor y emocionante. Tan rica de diálogo en las fases “interiores” del drama como contundente en hondura de imagen durante el “círculo de la sangre y de la mierda”, “Brothers”, seguro, no va a dejarte indiferente.

Coincidí en la sesión con Fernando Miramontes, un hombre que es Historia en la lucha democrática. Al salir, comentábamos la necesidad de que los jóvenes, asediados por video-juegos belicistas mentirosos y manipuladores, conocieran este tipo de Cine. Después de todo, es a ellos a quienes el Sistema va a enviar a matar y morir en esas guerras, donde lo que se ventila no es la Libertad o la Justicia, sino el negocio desalmado de unos pocos, que disponen de los aparatos de propaganda necesarios para convencernos de las bondades de la guerra imperialista.

No muy lejos, “Las Banderas de Nuestros Padres” de Clint Eastwood o, bastante antes, “Los Mejores Años de Nuestra Vida” (William Wyler, 1946, obsérvese la fecha), suponen una clara advertencia. Y un poema de Brecht (al que mi corrector sigue llamando “Brecha”), en el “Catón de Guerra Alemán” (1937-38), la mar de contundente: “Los de arriba dicen: / éste es el camino de la gloria. / Los de abajo dicen: / éste es el camino de la tumba”.

Viejo Bertoldo, ¡siempre a vueltas contigo…! ¿Cuándo, por fin, podremos descansar en Garcilaso…? Malos tiempos para la lírica, definitivamente: Salicio juntamente y Nemoroso, ese par de dulces lamentables, siempre terminan por irse de rositas…

(Publicado en DIARIO DE FERROL)

Read Full Post »

Gato encerrado

Se reunieron, por no ser menos que los perros, en ejemplar coloquio; mas, nada cervantinos, pronto comenzaron las pendencias. Al parecer, fuérase a un gatto sicili-ano al que se le dio por mentar a Lampedusa:

–Reconocerá este ilustre senado que, para rancio y abolengo, siempre habrá de citarse El Gatopardo

–Una desilusión: ni siquiera resulta ser un gato… –replicóle, cerrado de mollera y de pared, El Gato Negro– Y, además, en su difusión desmesurada, el tal Visconti peliculero tendría mucho que ver, como tú sabes… Y Poe, por el contrario…

–Si mencionas a Poe, yo saco a colación a Lewis Carroll… –sonó una voz, procedente del aire– Ser de Chershire, a la vista no está, siempre imprime carácter…

–Sin contar que el mejor relato sobre nuestra raza está escrito en francés. La Chatte de Colette es, sencillamente, un tratado exhaustivo de psicología felina… –intervino una gata en negligé, que se estaba depilando una ceja por consolarse a medias de sus males menores, en un celo intermitente llevado con escasa paciencia.

–Nos quedaremos con el francés de Simenon, si no le importa, señorita… –tuvo más que decir un morroño de pelaje algo sarnoso– El Gato puede que sea su novela más sincera, donde se exploran los abismos del amor sin amor en los matrimonios desgastados por el tiempo… ¡Pobre Georges…! La escribió recién abandonado por su segunda esposa…

–No estoy de acuerdo en absoluto, caramba… –maulló un animalejo de aspecto culterano- Digáis lo que queráis, vamos a hablar en serio: mandan Clásicos. Nada puede superar en ingenio a La Gatomaquia del Félix de los Ingenios Españoles…

–Querrás decir el “fénix”, querido… –le cortó la Gata de Colette. A Saha le molestaba sobremanera la estorbasen en su fase freudiana, cuando andaba presumiendo de complejos interiores modernistas. Estaba decidida, una vez más, a llevarse el gato al agua, en un jacuzzi-palangana instalado, y no del todo estable, en su tejado suyo verde que te quiere verde… ¡Si las tejas hablasen…!

–Digo lo que me da la gana, señorita… –no se achantó el minino de quevedos.

–¡Nosotros pedimos la palabra! –gritaron, desde el fondo del salón, dos gatazos de porte relamido.

–¡Micifuz y Chapirón! ¡Dios nos asista! –se escuchó en la gatera.

–¡Un par de demagogos del copón! –terciaron otras voces destempladas.

–Desde luego, en lo que se llama clase, no me llegan a mí a la punta del rabo… –aprovechó para meter baza cierto pedantísimo retórico, aquél que, por sus turgencias semihidrópicas, quería chupar el zumo de hojas heliotrópicas, esto es, en román paladino, zamparse un cucurucho de pipas girasolas.

–Mi compañero y yo –declamó Chapirón, todo oídos sordos a aquella algarabía– reclamamos el derecho de la fábula neoclásica para entronizarse como principal valedor de una estirpe acrisolada: la del felis silvestris catus… Éste y yo, para lo que gusten mandar, si es que nos parece conveniente.

–¡Calle  Fray Gerundio, el fabuloso! ¡Un tostón, por no llamarlo plagio…!

–¿Quién eres tú que mi amistad procuras, fachendoso extranjero? –le espetó Chapirón con voz zumbona.

–Soy “El Gato con Botas”… y me ha escrito Perrault…

–Un cuentista de tomo y lomo, como todo el mundo aprecia… –asaeteó Micifuz. Solía gastar, cuando le apetecía, muy mala leche.

–¡Un momento! ¡Un momento! Cuestión de orden, presidente… –se le escuchó trinar, con acento canario, a la mascota negra de doña Emilia Pardo– Me vais a permitir que os lo matice. El mayor logro literario en cuanto a gaterías jamás podrá ser otro que ese Miau galdosiano, su mejor obra para la crítica no adocenada y correveidile de modas parisinas…

–Atrévome a citar, con no menor derecho, un texto hoy olvidado, La Esfinge Maragata que tanto tiene que ver con los manjares que solemos llevarnos a las fauces: su autora se llamaba Concha “Espina”, dejad que me relama;  lo del mar y su postre se explican por sí solos… –empezaba a decir un micho montañés cuando fue interrumpido.

–Con la venia, si se me permite… –metió baza, de un salto, un magnífico ejemplar color caramelero, acentuado a lo pollo de Kentucky– Supongo conocéis que Nelson Algren, aquel yanki que se beneficiaba a la Bovuares,  alcanzó incierta fama, además de por sus hazañas bélico-amatorias sobre el lecho de Simona, con cierta novela escandalosa que, titulada originalmente A Walk on the wild side, onomástica que se apresuró a tomar prestada Mr. Lou Reed en sus mejores tiempos, se divulgó en España como “La Gata Negra”, a raíz del estreno de una pudorosa versión cinematográfica…

Y en tan amenas disquisiciones se hallaban los presentes, cuando, de repente, comenzó a sonar la música. Alguien cantaba, en tonos desgarrados, las primeras estrofas del Memories de Andrew Lloyd Webber. Talmente desde el cielo, estaba descendiendo Grizabella, en medio de un frufrú harto apestoso de harapo, churrete, resaca y telaraña.

–Como protagonista del musical más famoso de todos los tiempos –acertó a declamar, pues estaba piripi, se notaba a una legua y aun a siete–, estoy en condiciones de negar la mayor…

–¡“Negar la mayor”! Esa muletilla dialéctica la has leído en el editorial de algún periódico. Que lo sepas, está ya más sobada que tus sudados lomos de coneja… la interrumpió El Gato con Botas, tan faltón como siempre.

–Silencio, per favore, ti prego… Escuchemos lo que dice Grizabella… –demandó el Gatopardo, quien no descartaba una cita galante aquella noche con el pingo canoro.

–Gracias, gentil caballero –ronroneó la interpelada, en plan coqueto. Y pasó a citar, grandilocuente, a Blanche DuBois, recurso que jamás le había fallado a la hora de conseguir una lata oxidada de chicharro en aceite o espinazo de raya “en esos días” con suculento cartílago colgando, procedentes, sobre todo, de su abundante clientela gay, paño de moco de sus muchas desdichas y quebrantos–. Es duro a veces, os puedo asegurar, el depender de la generosidad de los extraños…

–No me puedo creer lo que detectan mis bigotes… –se impacientó Saha, la Gata de Colette– Todo este rendibú en honor de adefesio semejante… Tanto predicamento para una partiquina psicalíptica… Personalmente dudo, a qué ocultarlo, un musical pueda considerarse teatro en serio. Aún dudo más, si alguien me lo pregunta, que el teatro tenga mucho que ver con la Literatura… Una especie de circo bla-bla-bla, mester de bululú, un “quiero y no puedo” improvisado por un arlequín afeminado y una colombina con patas de gallo en la pechera… ¡Vaya par de farsantes, quita, quita…!

–No empecemos, carayo… –gritó, desde un rincón, el tristemente célebre “Séptimo Miau” de Divinas Palabras, a la sazón rascando sus peludas bolitas– A ver si me sublevo y la emprendemos a ostias con la nena… El Teatro no se toca, bonita… A mi Ramón María me lo respetas… No vaya a ser te raje del revés en dos puntos estratégicos y acabe lo que empezó Naturaleza…

–Di que sí, morenazo… Tres hurras por el noble Arte de Talía… –terció Maggie, otra que tal. La pobre siempre andada calentorra por culpa de los tejados de zinc desde los que saltaba cuando tenía ganas de tirarse a su marido Brick, o sea “ladrillo”, un bello indiferente con ramalazo y pérdida de aceite de ricino a raíz de la defenestración de cierto Skipper, su amiguito del alma (y del cuerpo; aunque no quede claro si de  cintura para arriba y/o de  cintura para abajo).

–Habida cuenta que a los cómicos los enterraban en profano, ya me dirás dónde está la nobleza… –echó más leña al fuego la, en versión doblada, Gata Negra.

–Por una vez, voy a tener ocasión de puntualizar algún que otro detalle pertinente de nuestra presencia en los principales coliseos de Occidente…  –era el turno ahora de un gato demacrado, con unas pintas de morfinómano que tiraban de espalda. Usaba monóculo, un ridículo gorro de tweed y hablaba mirando a la platea– Obviando aquella comedieta de bulevar, La Gatita y el Búho de Bill Manhoff, en los años 70, quiero llamar vuestra atención sobre una conjura de nuestros enemigos naturales, los ratones, que pretenden ostentar su primacía sobre los escenarios con esa archisabida Mousetrap, un whodunnit de segunda o de tercera. Los interesados en el teatro policíaco, desentumecedor de neuronas y agudo pasatiempo, han sostenido siempre que la mejor obra de intriga quedó ya escrita a principios de los 20: El Gato y el Canario de John Willard, un sabio combinado de horror y de suspense… Ya quisieran esos sucios roedores acercarse a su ritmo y consistencia…

–Llevamos aquí casi media hora… ¿Es que nadie siente impulsos de fornicio…? –y era Fritz, The Cat, por descontado, que se había colado, de rondón, en el evento.

–Guarde silencio el dibujo animado… El cómic marginal ni siquiera estaba convocado… Una tira de prensa, viñetas de ribetes pornográficos… Aquí hemos venido a hablar de cosas serias… –pretendió callarlo Don Fabricio, deseoso de recobrar un protagonismo que se le estaba yendo de las patas– Sólo Literatura, desde luego… Abstenerse subgéneros…

–Entonces, me retiro… –se quejó  El Gato Montés, muy ofendido– ¡“Sólo literatura”! Si lo llego a saber, no me molesto en salir del pentagrama… A mí se me valora hasta en Niponia: allí, un pasodoble se equipara, tú por tú, a un vals o a una mazurca… ¿Acaso no es el único que da la vuelta al ruedo?

– También yo haré mutis por el foro… –anunció el Gato Negro-Gato Blanco de Emir Kusturica, acostumbrado a las solidaridades proletarias tribales, mientras se buscaba garrapatas con ahínco detrás de las orejas– Después de todo, será verdad que la letra entra con sangre azul: por quedar de finolis, los señoritos siempre prefieren la novela a la película…

Nadie iba a pronunciar un “no te vayas”. Los vieron alejarse, entre siseos donde las palabras “gentuza”, “advenedizo” y “secundario”  pudieron percibirse varias veces. Como por arte de magia, aparecieron los emparedados y el oporto. El cotarro se animó instantáneamente.

En ello estaban, sin paja que cupiese entre las nalgas, cuando una especie de falo herrumbroso y con priapismo se destacó de entre la distinguida concurrencia:

–¡Compañeros! Todos a la huelga general… Basta ya de discriminaciones: exigimos se nos obligue a usar correa y bozal, como los perros…

-¿Quién es ése, mon dieu…? Parece un sacacorchos con obesidad mórbida… –era Saha, la gata de Colette, quien opinaba.

–A mí me suena… –un farol de Chapirón, que nunca reconocía ni ruido de cuesco en medio de apreturas de sarao ni ignorancias mundanas cualesquiera, ibidem mismamente.

–¿Queréis saber quién soy?  Levantador de pesas…

–¡Que se aleje al instante! ¡Un deportista aquí! ¡Faltaría menos! ¡A la calle, a la rue…! –el maullerío se había generalizado. La hostilidad, palmaria, flotaba en el ambiente.

–Ya por ser de Madrid tendría derecho a estar aquí, que nos llaman los “gatos”. Pero es que, además, levanto coches pa cambiarles la rueda…

–Pues peor nos lo pones… –arguyó, perdonavidas, el pedante retórico– La clase obrera puede que vaya al paraíso; nadie habló de vía libre hacia el Parnaso… Por mucho que os titulen artesanos. Salud, la que queráis. ¡En cuánto al Arte…!

–El Gato de taller no se presenta solo… –informó el extraño visitante– El Gato de Nueve Colas ha venido conmigo…

– Servidor… –se oyó replicar desde su izquierda– Y, además, tengo órdenes precisas de no dejar santo patrono en este templo… Hemos venido a armar un gatuperio…

NOTA DEL AUTOR

Aspira éste que lo es –escribidor de lo que ha venido antecediendo– a propiciar sea  la audiencia –strictu sensu, la videncia: de escuchar algo, quizás, dios no lo quiera, vendrían a ser bostezos– quien decida el final conveniente de estas masturbaciones mentales y su dale que te pego.  Solicito pues, queridos camaradas, del tribunal popular, un fallo y un acierto inapelables y no, abandonado el ejemplo de Berceo, un vaso de buen vino, pues no bebo lo que no sean vientos por redactar en justo y en derecho, por mor de mis pendulares tensiones arteriales.

DESENLACE PRIMERO


Les propinaron paliza soberana. La Crema de la Crema ni siquiera intentaba defenderse. Hasta todo un “Séptimo Miau” salió corriendo. Los hubo hasta quienes parecieron aliviados de neurosis; y no es por señalar pero la Gata Negra pedía más y mejor para sus muchas culpas lupercales…

–¿Por qué hemos hecho esto, compañero? –preguntó el De Las Nueve Colas mientras peinaba, pensativo, sus ásperas guedejas, después de la batalla.

–La Clase Obrera no se fía de los artistas burgueses…  En general, de los que ve trabajar no con las manos, sino a golpe inspiración o de caletre. Tanta sensibilidad nos incomoda… Prefieren ellos el caviar a las lentejas… Llámalo un desahogo, una “revolución de bolsillo”, lo que quieras… De cualquier modo, ellos empezaron primero. No hicimos más que devolver violencia por violencia. La suya es estructural; la nuestra, puntual y justiciera, que cesa en el momento en que su causa desencadenante cesa…

–Lo he  comprendido todo, camarada… Muchas spasivas.

–Pásame otra botella de vodka, camarada… Za zdaróvie, tovarich

Y, colorín colorado, fueron felices y comieron raspas de ortodoxia y tripas de centralismo democrático.

DESENLACE SEGUNDO

Rápidamente fueron desalojados a zarpazos. A salvo ya, al Este del Edén, detuvieron carrera y lamieron heridas.

–Lo que no acabo de entender, camarada tovarich –dijo el Gato de Nueve Colas (aunque, en justicia, a estas alturas, podía presumir de sólo siete: abofé se había llevado la peor parte)–, es para qué necesitamos nosotros las correas y los bozales…

–Se trata de estrategias movilizadoras con vistas a agudizar contradiciones. No es bueno hablarle al gaterío de la revolución pura y dura, en lo que pueda entrañar de metafísico. Marx, desde luego, no escribió para las masas. Das Kapital y su complejidad, por ejemplo… Todavía no se encuentran preparados.

–¿No deberían, entonces, nuestras vanguardias prepararlos?

–Deberían; pero no tenemos tiempo… Aprender luchando es una solución razonable… ¿Sabes lo que te digo, camarada?

-¿Qué me dices, camarada tovarich?

– No pretendo asustarte; sin embargo…Mucho me temo sea necesario informar enseguida al Comité Central de tus palabras…

–¡Non Serviam…! –gritó, sartriano, el De Las Siete Colas. Y puso su maltrecho bigote en polvorosa.

………………………………..Fin


Read Full Post »

Hay dos cineastas a los que tengo verdadero miedo, acompañado de una fascinación, seguramente, de tipo morboso. Tú no sales de sus filmografías tal como entraste: ya no sabes si los has estado espiando, vigilando, escudriñando, o viceversa. Ellos son, faltaría más, el estadounidense Todd Solondz, padre y muy señor mío de una de las experiencias cinematográficas más turbadoras que conozco (“Happines”, o sea “felicidad”; lo de “apiñes” es una nueva humorada de un mi corrector inasequible al desaliento); el otro, otro que tal, a cual más devastador de convencionalismos y cortinas de humo, es este Haneke, el austriaco de todos los demonios familiares, padre de “La Pianista” (2001; “Una Odisea de la Maldad”, pudo haberla llamado). Aún existe, que no hay tres sin dos, un tercero en zozobra, David Cronenberg, al cual es mejor no meneársela; su “Crash”, 1996, me pone los huevos (de gallina) por corbata…

Haneke irrita hasta dejar tu decencia en carne viva. Haneke apesta a callejones retorcidos, nicho de ratas y de cristales rotos. De Haneke, cuando empieza a contar, siempre esperas una patada en la entrepierna. Yo lo amo, admiro y temo con conocimiento de causa: ya me ha poseído varias veces. Y, ¡cómo duele la primera, y la segunda, y la tercera…! A Haneke no te acostumbras nunca…Eso, supongo, sólo les ocurre a los más grandes, ya sean artistas o hijos de la gran puta… Lo que sé, cuando me adentro en su xanadú de imágenes obscenas, es que yo me he buscado lo que encuentre.

“La Cinta Blanca”, Palma de Oro en el último Cannes, lo adelantábamos hace un par de domingas (¿por qué no, siendo una jornada tan sensual y llena de rincones para el “dolce far tutto”, ahora que tienes tiempo?), se acerca al monstruo en estado larvario. Leo por ahí se trataría de una variante sociopolítica de “El Pueblo de los Malditos” (The Village of the Damned”), un joyón del fantástico (Wolf Rilla, 1960,  partir de un texto John Wyndham), sobre aquellos polvos que trajeron los lodos del nazismo, lo que la emparentaría, en plan campestre, con “El Joven Törless” (Volker Schlöndorff, 1966), según la novela de Robert Musil, estrenada en España en régimen talibán vergonzante de “Arte y Ensayo” (se seguían destrozando obras de arte, pero se notaba menos) . Uno, que es como está (más que nada, malabar y saltimbanqui dialéctico), se puso a pensar, de repente, en “La Guerra de los Botones”(Yves Robert, 1962) , peli francesa sobre el mundo de la infancia en el medio rural a finales del XIX, con el clásico de Louis Pergaud como punto de partida. Acabo de bajarla en elefante y, ciertamente, comparten, cuando menos, un sentido del paisaje: la armónica geometría de lo bucólico frente al desorden violento de nuestros comportamientos desde los primeros pasos por el mundo.

El “Funny Games” americano made in 2007 parece aquí retroceder en el espacio y en el tiempo. Son ahora unos “Juegos Prohibidos” (René Clément, 1952) que hubiesen trocado la poesía y su “romance anónimo” de la banda sonora por el microscopio indagador y el canto chirriante de unos grillos furiosos. “La Cinta Blanca”, en algunos momentos, deja regusto a un Simenon agriado, sin Maigret, cronista de la quimbamba subterránea y sus gusanos, un mundo oscuro que Haneke acierta a retratar en blanco y negro, para desesperación de los distribuidores: seguro no confían en la presunta “pobreza” de una imagen que ha renunciado al avatar del colorín, ni en la inteligencia sensible de sus espectadores.

Éranse que se eran las crónicas de un pueblo con lo que hay que tener: su terrateniente, su cura, su maestro de escuela (que es quien, anciano ya, nos cuenta su batalla y su derrota) y vecindario al quite, lugareños de la gleba con su prole inquietante. Este villorrio, en lo moral, deja al Innsmouth lovecraftiano convertido en un charco de ranas cantarinas. Así, Haneke nos va desenredando unos terribles sucesos, que pretenderían explicar males mayores: el crimen de Sarajevo, la Primera Guerra Mundial y lo que vino luego.

Pienso que ante la acogida crítica algo reticente tras su incursión USA, Haneke decidió demostrarnos con quién nos la jugamos. Fuera el color, fuera la música, fuera la política de estrellas…Él iba a filmar, tal cual, un incunable; que se fuesen Bergman, y aun Dreyer, preparando: su “Dies Irae” particular o su “Vergüenza” propia se les va a adelantar hacia el pasado: parece filmada, en su perfecta arquitectura, hace casi cien años.

Sin abandonar el “plato de la casa”- descensos al infierno congelado: el horror de unas relaciones humanas regidas por la ética del monstruo, al acecho desde nuestra sinrazón de cada día-, asistiremos al fracaso de la persona frente al medio, a la imposibilidad de la certeza…Pero uno siempre puede gritarles lo que duda (o lo que intuye): seguro que los pone nerviosos, y eso es debilitarlos…

La no concesión a “La Cinta Blanca” del “Oscar a la mejor película extranjera” a favor de “El Secreto de sus Ojos” de Juan J. Campanella, tan reconfortante en su relojería calculadora, resulta todo lo significativo que se quiera: la parafernalia hollywoodiense poco o nada tiene que ver con el Cine de Arte Mayor; en todo caso, se refiere a la industria y al marketing que la rentabiliza. Una peli como la de Haneke no necesita un oscar para nada, aunque no es menos cierto el lograrlo supondría una ayuda en una más que problemática carrera comercial, y no sólo por su handicap del B/N. Perdón por un chiste puesto a yema: “La Cinta Blanca” es una cinta demasiado negra; y no sólo a nivel fotográfico…En cualquier caso, no pretende seguir(nos) lo/ la corriente.

Cuando las luces de la sala se encendieron, se palpaba tensión en la carreta. Lo dicho, compañeros: de Haneke, no sales de rositas…Nos las puede… Y,  vae victis… Vae victis, camaradas…

(Publicado en DIARIO DE FERROL)

Read Full Post »

Older Posts »