HUGETOWER, INVESTIGADOR PRIVADO
EL MISTERIOSO CASO DEL INCUNABLE CEJIJUNTO
Puertas afuera de mi elegante despacho profesional sito en Hortaleza 99, guarismo a la vez par e impar según se mire cabeza arriba o cabeza abajo, habían estado lloviendo todo el día perros hidrófobos y gatos escaldados. Un ligero puré de guisantes envolvía a la sazón, entre grumosos algodones, la zona de influencia de mi sancta sanctorum. No pretendo presumir de londinense, pero Baker Street nunca había lucido tan británica como lo es y lo seguirá siendo este céntrico enclave madrileño.
Frisaban su imparable goteo en su largo viaje del día hacia la noche, las cuatro y media de una tarde nochera como boca de lobo estepario. Mi secretaria a tiempo parcial, Puri Reigosa, brazos esculturales versión Venus de Milo, siempre cruzados de la causa de sí misma y sus particulares circunstancias, rubensiana de pro y algo redicha, no se encontraba, justo ahora, con nosotros: se había marchado- siempre sin avisar, como solía- la semana anterior de vacaciones, para reunirse, por liberar tensiones, con Bashir, su novio internáutico pakistaní, cuya fotografía de Adán al semidesnudo guardaba sospechosas semejanzas con Cristiano Ronaldo. En su mensaje de texto no dejaba otras señas que un apartamento sito en el Raval barcelonés, donde pensaba reunirse con su amado y que fuese la que dios se encargó de prohibir a través del sexto y/o noveno mandamiento.
Solo con mi soledad y mi lujuriosa plantación de venus no veganas insectívoras- Nerón Loboe puede guardarse sus orquídeas allá donde le quepan; por lo que a Miss Blandish respecta, nunca llegó a lograrlas, que uno sepa-, un servidor entretenía sus ocios a lo Rendfield, papando moscas aderezadas con ácaros del polvo reverteris, a medias con sus flores favoritas, por aquello de matar el gusanillo a expensas de su propio aburrimiento bostezante, cuando, de pronto, creí escuchar un ligero redoble sobre aldaba herrumbrosa, lo cual puso en marcha mi innata capacidad detectivesca.
-Vaya, hombre…- me dije para mí- ¿Y quién será a estas horas…?
Según las enseñanzas del Gran Maestre S. H., una vez descartado lo imposible, lo improbable, por extraño que parezca, acaba resultando la Verdad punto pelota.
-Vendedor de seguros, no ha lugar- razoné, descartesiano -: hubiese golpeado, perentorio, con más fuerza que maña; mormones o testigos de Jehovah, dominicales mañaneros ellos, pues va a ser que tampoco; ¿vendedores de libros?, nadie lee papel seco o mojado, a estas alturas; yo, vecinos, no uso: a mí que me registren… Pues entonces, mi querido Hugetower (que soy yo, padre británico y madre vallecana) quien ha llamado quedamente a tu puerta, si no es el cuervo Poe, rara avis por antonomasia, ha de ser un cliente… ¡Un cliente…! ¡Un cliente…!
Pasé a la acción ejecutiva, puesto en pie de un brinco a lo Nijinski.
-¡Adelante, adelante…!- cloqueé, servicial tiralevitas- No se me aglomeren, por favor… Hay sitio suficiente para todos y todas en butaca de patio… “Mi estanco está abierto y puede usted entrar”, que cantaba la Colasa, ella también, apoyá en el quisio de la mansebía… Conste en acta, me disponía a salir rumbo a la embajada USA, por cierto importante asunto de altos vuelos que nos traemos entre manos de consuno; pero, por ser vos quien sois, estaré encantado de atenderle profesionalmente de manera eficaz y precios razonables…
Y entonces, hale-hop, el nuevo caballero de la figura triste hizo acto fallido de presencia en mi humilde morada.
***
Rara mezcla de un Peter Lorre en horas mínimas y Manolo Gafotas los sesenta cumplidos o a punto de cumplirse, lentes culo de vaso y sombrero de hongo encasquetado hasta la ceja, una sola, fané y descangallada cruzando su turbulento frontispicio, rico en surcos y arrugas superpuestas, el recién llegado olía a pescado muerto de asco que tumbaba.
-Siéntese, caballero- le invité con un dadivoso gesto casi a cámara lenta, homenaje y nostalgia del cine sordomudo roaring twenties-. Siento que mi secretaria haya viajado al mar nuestro de cada día a desahogar sus impulsos más primarios. Me hubiese gustado ofrecerle un sencillo y a la vez reconfortante refrigerio a base de emparedados de pepino y té de bergamota recién hecho. Sin más tardanza, procedo a presentarme… Según reza sobre placa portalera a pie de calle, me llamo Hugetower, Nicholas Hugetower, de profesión sleuth, investigador privado… Privado de secretaria de momento, jejejé… Siempre ausentes cuando se les necesita… Quien con mujeres se acuesta, ya se sabe…
El extraño visitante pareció despertarse de un mal sueño, de repente, revolviendo los ojos en círculos concéntricos a lo Maruja Díaz.
-Pues por mí, no se prive… Bien pensado, será mejor que lo dejemos hasta poder ser atendido en condiciones…
Me comí, en crudo, tres cabezas de ajo macho por lo menos.
-No me privo de nada… Puedo presumir y presumo de todo lo contrario. Considero la investigación como una de las Bellas Artes, para la cual me proclamo física y mentalmente bien dotado, si no el mejor, un profesional copón de pino… Mas dejemos aparte engorrosas cuestiones personales… A lo nuestro, ¿en qué puedo ayudarle…? Y antes de nada, para poder dirigirme a usted con propiedad asociativa, ¿a quién tengo el honor de dirigirme…?
O mucho me equivoco o Peter Lorre se había puesto a temblar, emulando a una damisela victoriana en el transcurso de su noche de bodas ante la visión, a pie de lecho, de su santo esposo ante dios y ante los hombres, en calzoncillos largos y abultados por do más pecado había, si hemos de hacer caso al romancero.
-Ojalá me encontrase en condiciones de ofrecer una respuesta contrastable… Con que me llamen Vicente, me tengo que conformar, Mr. Hugetower…
-Entonces, “ese” es usted…- respondí, sin pensármelo dos veces, haciendo gala, cual un Vázquez Montalbán cualquiera, de una erudición folklórica digna de mejor causa.
Una ligerísima sonrisa se dibujó fugaz sobre el rostro macilento de mi cliente en potencia, que no en acto, al menos de momento.
-En cierto modo, no anda errado del todo… Yo también, oscura clavellina ya marchita, me aventuro a perderme por las desiertas calles, tras la puesta del Sol, yendo de esquina en esquina, volviendo atrás la cabeza… Otrosí, si hemos de ser cabales, no debe considerárseme la perdición de cualesquiera géneros, como tampoco se halle acreditado que mienta cuando beso. De hecho, hace ya muchos años que no he achuchado a nadie, por falta de ocasión propiciatoria…
-Pues no sabe usted lo que se pierde…- respondí, prepotente, alardeando de Casanova veneciano.
El buen Dios iba a castigarme a vuelta de correo.
-Con permiso…
A saltitos de gorrión recién plumado, Ese se vino a mí y procedió- seguro que por falta de costumbre- a lamerme las mejillas, insalivando las áreas afectadas, del carrillo al pescuezo vengo por toda la orilla, tras lo cual regresó a su lugar descansen, una silla de enea, donde se repanchingó, visiblemente satisfecho.
Dejé pasar dos o tres arcángeles de cutis sonrojado ante de tratar de recomponer el tipo, diciéndome a mí mismo que, en aquella demostración de repentino afecto, no podía rastrearse signo alguno de ludibrio o regodeo.
Mi Dr. Watson particular, agazapado en la cavidad occipital, habitualmente al quite, metió baza, susurrándome al oído:
-Puede que sea un vampiro, amigo mío… El vampiro de Dusseldorf tiene todas las rifas, a juzgar por el razonable parecido Peter Lorre…
Me apresuré a mandarle un mensaje de texto, vía neuronal, a ver captaba la indirecta.
-Pero, ¿por qué no te callas? Stop. ¡Mira que eres pesado! Stop. Déjame trabajar en paz. Stop. Pienso chivarme al Sr. Holmes. Full stop.
Y seguí con lo mío.
-Colijo- dije a tiempo real- que cree ser observado… Quizás tenga el presentimiento de estar siendo seguido, ¿me equivoco…?
El tal Vicente, lleno de dignidad, procedió a puntearme las íes griegas, famosas por su carácter licencioso y libertino (y no lo digo yo: basta con observar su anatomía):
-No padezco de manía persecutoria, Sr. Hugetower… Sencillamente, yo soy un perseguido, un don nadie, un sin papeles no venido en patera… Se lo diré más claro: carezco de apellidos que llevarme a un currículo.
-Entonces, ¿cómo sabe que se llama Vicente…?- fue mi astuta pregunta a bocajarro.
-Papá Alberto y Mamá Victoria, y ellos eran personas honorables, me llamaban así, ¿por qué iban a mentirme en tal extremo…?
Traté de ganar tiempo embarullando el tablero ajedrez con sofismas de baja intensidad traídos por los pelos:
-Consuélese pensando que los grandes hombres y las grandes mujeres que pasaron a la Historia carecen con frecuencia de apellido… Viriato, Cleopatra, Nabucodonosor, Agustina de Aragón, el gigante Goliat… Y así hasta trepecientos… ¿Acaso nuestros primeros padres, Adán y Eva, blasonaban de apellidos allá en su paraíso? Yahvé no se lo puso: sus razones tendría… No iría descaminado si carecían de ombligo… Vicente no está ni medio mal, después de todo… Velahí, el padre de la décima espinela; Van Gogh, el pintor impresionante; Vincent Minnelli y sus grandes musicales; Vincent Price, él sí que era leyenda y no el del rifle; Vicente Escudero, el bailarín que enseñó cómo colocar las manos a los hombres cabales del flamenco; San Vicente Ferrer y ya está dicho todo… Se podría citar la intemerata… Yo, Christopher; tú, Vincent + e… Ea, pues ya estamos presentados, en situación idónea de llegar a un acuerdo entre las partes. Firme aquí y enseguida, revuelvo cielo y tierra hasta averiguar su patronímico al completo.
Le pasé un formulario y un montón de folletos por si acaso picaba. Todo quedó en agua de borrajas. La burocracia previa sine qua non no le interesaba en absoluto. Y si no me creen, lean:
-Rafael falleció en 1988 sin molestarse en aclararme mi apellido. Toda la vida, doy fe de erratas y apenas esperanza, me la he pasado reclamándoselo… Prefirió conservarme el sambenito, el epíteto vil, antepuesto a mi nombre…
-Procedamos con un poco de orden… Rafael, ¿qué Rafael? ¿El cantante con ph positivo? ¿El pintor renacentista…? ¿Rafael, el Gallo…? ¡Así no se puede trabajar, muy señor mío…!
Las gafas de Vicente me enfocaron, a telón corrido, empañadas por telarañas lacrimosas…
-¿Es que nunca ha oído hablar de Pirandello…? Se lo pongo más cerca: la “Niebla” de Unamuno…
-Por el norte suele hacer mal tiempo- eché balones fuera y di un estoconazo trasero y muy caído, asomando el estoque por mis huevos revueltos-. Unamuno era vasco… Como británico, estoy acostumbrado a los inviernos crudos. Claro está que conozco al Signore Luigi… Y a la Pirandolina de Goldoni; de pequeño jugué a la pirindola con mi abuela en el solar de mis mayores… “Todos ponen”… pero yo empiezo a sospechar que perdemos el tiempo, don Vicente…
-No me interrumpa, joven, por favor…- le dio por responderme- Continúo: tras una etapa codornicesca que recordar no quiero, Rafael optó por pergeñar una biografía difamatoria a espaldas nuestras. Fuimos el hazmerreír de media España, mientras la otra media nos tomaba por cretinos, a raíz de lo cual, avergonzados, mis padres genealógicos decidieron confinarme para siempre en su piso de la calle Fuencarral, nº 135. No asistí al instituto, mi sueño más querido; no obtuve mi DNI cuando se debe. Permanecí encerrado en un zulo a cal y canto, condenado a cadena perpetua, agua y pan de único alimento corporal, sin escrituras que llevarme al intelecto que no fueran el periódico “Marca” y las obras completas de Marcial Lafuente Estefanía porque me convirtiese en uno más de la manada: en un niño normal, dedicado a dar patada a los balones y a buscar agujas en pajares.
“Solo faltaba una máscara de hierro sujeta a mi cabeza con tornillos, de los cuales, a las claras se ve, ni papá ni mamá andaban muy sobrados.
“Jubilado mi padre, su presencia a jornada completa en nuestro hogar me proporcionó incontables ocasiones de asistir a las trifulcas conyugales de mis progenitores, empeñados en echarse la culpa, mutuamente, de la creación de un ente monstruoso cuya identidad, supongo, maldita falta hace especificar aquí y ahora, adjetivado, urbi et orbe, como el “repelente niño”, ya por entonces imberbe adolescente.
“Llegada la hora de la Verdad sin billete de vuelta a Papá Alberto- un aneurisma en la aorta abdominal reventando en plena faena de inodoro- dio ocasión a Mamá Victoria para hacerse con el ordeno y mando a lo Heliogábalo. La existencia de un manual de instrucciones, obra y desgracia de mi padre, a la manera de testamento ológrafo, proporcionaba coartada suficiente a sus desmanes.
“A los escasos parientes que acudieron al sepelio se les informó de que el recién estrenado huerfanito se hallaba de viaje de estudios, mediante beca Erasmus (por entonces, creo recordar, se llamaba de otra forma menos erasmista), en un lugar remoto: una Nueva Guinea fuera de cobertura, poblada de antropófagos caníbales feroces, circunstancia eximente de alardes presenciales, como anzuelo de incautos.
“Dependiendo de su pensión de viudedad mi sopa lista, hube de resignarme a sus descuidos sistemáticos. Tanto repetir, saliendo de su boca, el soniquete mantra “¡Si viviera tu padre…!” me hizo presentir cuánto echaba de menos a su medio naranjo, por lo que decidí el volver a reunirlos mediante fortuito accidente doméstico, tras lo cual procedería a taxidermizarla con formol y la tira de vendajes sabaneros (y todo ello, a base de intuición, por no tener a mano un ejemplar de “El Libro de los Muertos” que se sirviese de “guiaburros” vademécum).
“El porqué de la drástica decisión de aquel habeas corpus materno filial obedecía a la necesidad de seguir cobrando sus haberes pasivos, garantes directos de mi supervivencia como Crusoe de la calle Fuencarral 135. Reconozcamos que el verla allí sentada encima del sofá de la sala de estar, entre cojines con borlón incorporado, contribuía a aliviar mi agobiante sensación de total aislamiento.
“La intendencia hogareña se realizaría semanalmente, vía teléfono. Por estirar las piernas y respirar anhídrido carbónico capitalino, yo mismo, por las noches, acudiría los cajeros automáticos de los alrededores, procurando no llamar la atención de vecindario y eventuales transeúntes, aunque un reconocimiento por su parte hubiese precisado una memoria de elefante asiático. Indocumentado como estaba, cualquier nimio incidente callejero en el que me viese envuelto podía conducirme a los calabozos de la DGS, donde, a buen seguro, acabaría por confesar todo el pastel de sangre, a poco que fuera hábilmente interrogado por parte las autoridades competentes.
“El método elegido para deshacerme de mi carcelera, sencillo y eficaz (y pulcro, sobre todo; nada de asesinatos en la ducha diseñados por Saul Bass, a base de traperas en picado… Si algo odio en lo tocante a la higiene doméstica son las pasadas de fregona chorreantes posteriores al crimen propiamente dicho: terminas con los riñones jerezanos), hubiese hecho las delicias turcas de un Thomas de Quincey, de haber llegado a conocerlo.
“Muestro cómo, según invitación del catecismo Astete: según se mire, la maté a gustazos, propiciándole un coma hipoglucémico. Diagnosticada de diabetes galopante, a glotona golosa no le ganaba nadie. Tarta de nata va, flanes de huevo bañados en caramelo viene, en sucesivos abrires y cerrares de boca, la mandé al otro barrio de un eructo postrero flatulento.
“Debo reconocer -y no me duelen prendas-que puedo estar alterando el orden de factores-los años no perdonan-, en el sentido de que la iniciativa empalagosa quizás corriera a cargo de Mamá Victoria y yo me viese en la obligación de obedecerla en evitación de males mayores para mi ya de por sí maltrecha anatomía. ¿Parricidio o suicidio asistido…? Chi lo sa… Tampoco me preocupa demasiado: he de ocuparme de asuntos más urgentes: p. e., mi heráldica, con sus campos de gules y sus torres ebúrneas…
“Una vez cumplidos los ritos faraónicos que, seguro estoy, le hubiesen encantado, siendo como era ella una fidela fan de Lola Flores, me dediqué a pensar sobre mí mismo y mi linaje, envuelto en el más denso de los misterios sin resolver hasta el momento.
“A través del listín telefónico, pues los imparables avances tecnológicos constituían un arcano para mi inteligencia, abotagada por las lecturas intensivas de la prensa deportiva y el nearwest de la editorial Bruguera, averigüé dirección y teléfono de aquel Rafael del que tanto había oído hablar a mis más inmediatos antepasados.
“Al parecer, se trataría de una especie de benefactor familiar, un tío Gilito de las calzas verdes en forma de billetes milpesetos, empeñado en gobernar nuestros destinos a cambio de vasallaje y obediencia. Se me obligaba a llamarle “padrino”, supongo que por amarrar las posibilidades de una pingüina herencia a corto/medio plazo. Llegué a pensar alguna vez que bien podría tratarse de mi padre genital, y no sé si me explico.
«Durante mi largo cautiverio nunca dio muestras de acudir a socorrerme. Se las guardé: el ahorro de la hormiga insolidaria es una de mis virtudes predilectas.
“Conservaba apenas unos vagos recuerdos de su modo y manera, a raíz de las periódicas visitas inspectoras en casa de mis padres para tenerlo todo atado y bien atado. Aunque él se ufane (véase al final del capítulo 1 de mi falsa biografía, titulado “Antecedentes”) de querer un horror a sus lectores, con nosotros, o por lo menos en lo concerniente a mi persona, no había derramado grandes dosis de afecto. Su éxito como guionista cinematográfico de la mano de Ferreri o de Berlanga, creo yo, contribuyó a un olvido con sordina y a que dejara de darnos la tabarra.
“Tras numerosos aplazamientos y demoras, por fin se avino a recibirme en su despacho. Al parecer, según me informó, tras mucho suplicar, la persona con acento extranjero que me contestó al teléfono, por aquel entonces, andaba metido en negociaciones con un tal Carlos Saura para poner en marcha… no tengo claro si una peli basada en una obra teatral, o una obra teatral basada en una peli.
“Chaval, pero tú, ¿de dónde sales…? ¡Vaya una pinta gastas…! ¡Qué desastre…! ¿Tan mal te van las cosas desde que lo dejamos…?”, fue lo primero que me dijo, una vez frente a frente.
“Educado sí soy y me libré muy mucho el sacarle a colación sus concomitancias de aspecto con Copito de Nieve (él salía perdiendo con la odiosa, por cierto).
“No bien le hube informado de mi justa demanda, un sencillo apellido, aunque siempre dos mejor que uno, que añadir a la esquelética nomenclatura de Vicente, Maese Azcona (sin hache) se salió por peteneras Camarón y por un corte de mangas a medida.
“-Mira, niño- arguyó en tono progresivamente pedantesco-, tú nunca lo has tenido. Confórmate con eso.
“-Todos disponen de uno, excepto yo…- le reclamé, encendido de resentimiento.
“-Todos, no. Empero, debo concederte que Charles Dickens, a menudo, citaba en el título a sus protagonistas con nombre y apellido: Oliver Twist, David Copperfield, Nicholas Nicklevy, Barnaby Rudge, Martin Chuzzlewit, Edwin Drood… La pequeña Dorrit vendría siendo la oveja negra del listado…Ah, y el bueno de Dumbey, del que sólo repesca el apellido…
“-No suelo leer a Dickens, lo siento… Lo mío es Marcial Lafuente Estefanía, nombre y dos apellidos comme il faut. En su novela “Otra vez los tres juntos”, publicada en 1972, una de mis favoritas, el nacho y la nacha, el fulano y la fulana, el tío y la tía, el chico y la chica (su majestad es coja), se llaman Lilly Russell y Bryant Garret…
“-¿Y del tercero en concordia que me dice vuecencia…?
“-Un viejo ranchero apellidado Wayne. Ni se le ocurra interesarse por su nombre de pila… En cambio, yo sí voy a preguntar por mi apellido…
“-No me des la vara, chavalote… No pienso dibujarte ni un cordero… Tú y yo hemos terminado para siempre. Se te pasó el arroz, ¿no lo comprendes…? Bueno se pondría Carlos si la emprendo contigo después de tantos años… “El Regreso del Repelente Niño”… ¿No esperarás que nos presentemos al Planeta…?
“-Exijo que me revele mi apellido paterno…- insistí todo lo cabezón de lo que era capaz y lo era mucho.
“-¿Cuántas veces habré de repetírtelo…? Careces de apellido, al no ser necesario desde un punto de vista narrativo o psicológico que ayude a definir el personaje. Te lo diré más claro: tú no cagas ni meas, ¿o es que no lo has notado…? Exceptuando la novela picaresca o ciertos títulos de contexto neorrealista, los héroes- y no te digo ya las heroínas-, jamás han tenido necesidad de visitar el excusado. Y ahora, lo siento, tengo una inaplazable cita con Carmela…
“Ni siquiera se molestó acompañarme hasta la puerta; lo hizo el amargo recuerdo de su dedo índice señalando el camino hacia nuestro común extrañamiento.
“-No des portazos… Me duele la cabeza tan solo de pensarte…- dijo Rafael Azcona, a modo de epitafio para lo que habría de ser nuestra última visita de incumplido.
“Tomé nota. Toda maldad se merece un castigo. Actuar de brazo ejecutor de la Justicia se me antojaba un regreso triunfal para enmendar la plana al mito de Saturno devorando a sus hijos. Una vez muerta mamma, si hay que matar al padre, hagámoslo con eficacia y prontitud, no vaya a ser también se nos pase el negro arroz en la demora sine die.
“Semanalmente, el autor de mis días iba a recibir su propio domicilio una caja de habanos Montecristo nº 4, enviada por un supuesto admirador santiagueño, cubanito soy, señores, de su vida y su obra.
“Es público y notorio que R. A. fallecería de cáncer de pulmón en 2008. No seré yo quien me ponga los brazaletes negros estableciendo una relación causa y efecto entre mis envíos altos en nicotina y el funesto desenlace de “Padrino”.
“Aprendí una lección: una tarta de nata y un habano sabiamente manejados tienen más peligro que un miura, si se saben administrar con eficacia.”
Se produjo una pausa dramática en aquella pasamanería de disparates hilvanados por un cerebro en mal estado. Cuando el tal Vicente continuó su parlamento, las cosas no habían mejorado en absoluto.
-Mi apellido ha de costar en algún sitio y quiero que lo encuentre, Mr. Hugetower o como diablos se llame.
Preferí desanimarlo a la primera.
-Mucho me temo, señor mío, que mis honorarios no estén al alcance de su, visto lo visto, mermada economía de clase media media. Llame a otra puerta. Páginas amarillas. En los últimos tiempos, este tipo de agencias se han multiplicado como hongos…
-Contra su cobarde salida de estampida, ya venía vacunado… – adujo aquel vejete estrafalario- Sepa usted que la Srta. Purificación Reigosa se encuentra en nuestras manos y ha sido traslada a la feraz campiña, concretamente a un lugar de la Rioja de cuyo nombre no quiero acordarme, bajo el amoroso cuidado de mi madre, conveniente remasterizada en replicante, la cual tiene orden mía de proceder a amputarle a su amiguita-porque todo se sabe- dedo a dedo hasta que la misión suya de localizar mi apellido paterno ha llegado, por fin, a feliz término… A partir del vigésimo primer día de demora, la emprendería con pabellones auditivos, par de narices y otras piezas con repuesto o sin repuesto, las cuales no entraré a detallar porque lo considero un hombre inteligente… Yo me iré y se quedarán los pájaros cantando… No se levante, estoy acostumbrado a hacer el mutis foral en solitario…
Y cuando abrí los ojos, ya no estaba. Para que no me hiciese demasiadas ilusiones, un nauseabundo olor a pescado podrido había quedado flotando en el ambiente.
DIA DE MAYO… DIA DE MAYO … DIA DE MAYO
Llamada de emergencia a los lectores… Necesito con urgencia un apellido… ¿Qué les voy a contar que ya no sepan…? Verdadero o falso, debe engatusar al repelente monstruo y hacerme ganar tiempo… La Srta. Puri corre un grave peligro… La vieja bruja madre está robotizada a lo Manostijeras y su programación lo ha dejado cristalino: cada puesta de sol, a cortar por lo sano…
MAY DAY… MAY DAY… MAY DAY…
Han pasado tres días y ni flores ni frutos… Ojalá el engendro mecánico haya emprendido la tarea por los pies, matiz que no quedó especificado (en inglés, no cabrían este tipo de errores)…
Virgencita, que se quede como está…
FIN