JEAN SIMMONS, SWEET BIRD OF FIRE …
¡Qué grande es ser viejo y poder asomarse al aleph de nuestra memoria cortocircuitada para-cito el caso presente-, montarse un ciclo, personal e intransferible, de Jean Simmons (1929-2010), una de esas criaturas bendecidas por la Gracia…! Lo que costó una vida entera contemplar arrobado, pasa ahora, por el interior del ojo, en cuestión de segundos… ¡Qué hermosa era…! Vivo retrato de mi hermana mayor, aun es hoy que no puedo contemplarla sin sentir ramchipures de nostalgia magdalena…
Hizo de todo y todo lo hizo bien, sin importar el género o el número… Lo que sigue a continuación viene siendo una filmografía selecta y un mirar atrás con un nudo en la garganta y en el pañuelo de no olvidar los días de esplendor en la hierba propia y ajena… Por favor, apaguen sus teléfonos móviles: la sesión está a punto de empezar…
CADENAS ROTAS (DAVID LEAN, 1946)
Por aquel entonces, el futuro Goliat de las grandes superproducciones made in Hollywood hacía pequeñas grandes películas de encanto inmarchitable. Velahí una de las joyas de su corona, con Dickens como música de fondo, en cuyo reparto figuran, as usual, genios y figuras del cine británico de todos los tiempos: Alec Guinnes, en su glorioso debut; Martita Hunt, John Mills y, por supuesto, nuestra bienamada Srta. Simmons. Y ello, sólo un año más tarde de mi Lean favorito de la época, «Breve encuentro».
***
Héteme aquí que va a ser esta peli la desencadenante del presente trabajo. Resulta que Ari Arles, el director de «Hereditary» y «Midsommer», la sitúa dentro del cuarteto a visionar antes de enfrentarse a las rotundas «delicatessen» del segundo de los títulos citados, en amor y compañía de dos Polanskis- «Tess» y «MacBeth»- y «Qué diícil es ser un dios» (2013), del ruso Aleksei German.
Corto y perezoso, qué le vamos a hacer, corrí al reencuentro de algunos títulos queridos y una desconocida película de ficción científica made in 2013, rodada en B/N, de casi tres horas de duración, con un prestigio crítico a sus espaldas a punto de convertirla en un Potemkin.
Fue durante la revisión de «Black Narcissus», nada que ver con «The Nigger of the Narcissus» de Joseph Conrad (más abajo verán por qué lo digo), cuando caí, de nuevo, en la red de una Jean Simmons que empezaba a derramar lisura del puente a la alameda. La primera de las fotos con que se abre esta crónica ditirámbica corresponde precisamente a su encarnación de la nativa Kanchi. Aprovechando Pisuerga, no me resisto a citar aquí que, para uno de los más encendidos defensores de «Midsommar»- pueden escucharlo en TuTubo- nos hallaríamos ante …¡la mejor película de la Historia del Cine…!
La referencia a Conrad no deja de terner su puñetera gracia y su mea, culpa…: práticamente hasta la semana pasada, los dos títulos habían, durante décadas, permanecido juntos y revueltos en mi septuagenaria mente alborotada, hasta formar un «totum revolutum»… Hubiese jurado, palabrita del niño José, que la peli Powell & Pressburger se basaba en la novela Conrad, especialista en velas, pero no en cirios, que uno sepa… Anda, pues va a ser que también, solo que viento en popa a toda vela, protagonizados por rudos marineros venidos en barco de nombre extranjero… El sobre monjas, no sabe/ no contesta, y menos aún de estas de aquí, que no nacieron en Loudom porque Dios no lo quiso…
Descubierta no hace tanto vía TV, me dispuse a una segunda visión de «Black Narcissus» con la mosca detrás de la oreja, tras el paso, piso y aviso de Mr. Aster.
Pero, dios mío… ¿Cómo no me había dado cuenta de su… de su… Acaba, ¿de su qué…? De su inacabable capacidad para la farsa, de su humor corrosivo y de su mala leche…
Y ahora voy yo y, en vez de dedicarme a cantar las glorias de Miss Simmons, me dedico a destripar los entresijos de uno de sus títulos elegidos por mí para su gloria…
Por fin se me ha caído la burra de la espalda y entiendo y comparto la pasión depertada por la peli en las cumbres borrascosas del cerebro de Mr. Aster… Por empezar por algo chirriante, hablemos de su argumento (basado en una novela de Margaret Rumer Goddem, escritora británica educada en la India): un grupo de monjas anglicanas son enviadas desde Calcuta (Oh, Calcutta…!), al Himalaya, para hacerse cargo de un antiguo palacio, hasta hacía bien poco dedicado a picadero de las autoridades coloniales competentes, con vistas a convertirlo en hospital y «escuela de señoritas».
Como Madre Superiora de tan albo rebaño, figura la Hermana Clodagh (Deborah Kerr), de rancio abolengo mientras estaba en el mundo, antro que abandonó tras quedarse descompuesta y sin novio. Como oveja negra de la grey, velahí a la Hermana Ruth (Kathleen Byron, apellido que yo cambiaría por Baudelaire), satánica perdida y con ganas de armar una muy gorda. No hay más que verla, bajando la mirada…
Para acabarla de liar, anda suelta por las instalaciones Angu Ayah, sierva para roto y descosido que no acaba de creérselo: de puticlub a convento hospitalario y tiro porque me toca meter cizaña allá por donde pasa…
-¡Si yo contara lo que han visto mis ojos, escuchado mis orejas, olido mis narices, probado con mi boca y tocado con mis manos pecadoras…!
Pero es que aún hay más: un Joven General, interpretado por Sabú, «el de los elefantes», que asiste a la Escuela para aprender francés más o menos completo y filosofia (¿de boudoir, quizás…?), al que las alturas no parecen haberle sentado demasiado bien, tras su paso por Badad y por la jungla…
El Joven General con turbante, en plan definitivamente turbador…
¡Qué no decaiga, ea…! Le toca el turno ahora a una Jean Simmons teenager, como alumna aventajada, refugiada en el interior de un convento, a salvo de los peligros del mundo, el demonio y la carne…
Tanta tensión sexual no resuelta, tan envidia «quítate tú para ponerme yo», son contempladas, desde su mirador, – faltaría más- a produente distantancia, por un primo segundo de Ben Gunn que pasaba por allí y se cayó de culo, quedándose sentado para no perderse nada de lo que estaba sucediendo en la nunnery de enfrente:
BEN GUNN CES´T MOI; PERO MI PRIMO HA DESAPARECIDO DE LA PÁGINA. A MÍ QUE ME REGISTREN…
He dejado para el final, la guinda de tan delicioso plumcake, encargado de dinamitar cualquier posibilidad de convertir a «Narciso Negro» en pía estampita: Mr. Dean, delegado gubernamental o así, a cargo de un David Farrar que, a pesar de las inclemencias climatológicas de la zona, anunciadas por el guión a bombo y a platillo, se empeña en lucir-porque él lo vale- sus lustrosas pantorrillas todo el rato, para rematar faena con un top-less de lo más aparatoso… Y a las pruebas me repito-pito-pito-gorgorito:
Sister Ruth.- ¡He dicho que manos arriba. forastero…!
En cualquier caso, se trataría, con «Midsommar» o sin «Midsommer» como referencia, de una palmaria demostración de que «quien retuvo, tuvo», en clara referencia a los muchos encantos de Jean Simmons.
***
Made in 1948, debió de suponer todo un espaldarazo en el imparable carrerón de J. S., sobre todo si tenemos en cuenta que su interpretación del papel de Ofelia se vio nominada en la carrera de los oscar, aunque. al final, la estatuilla fuese a parar a las manos de Claire Trevor por la hustoniana «Cayo Largo».
Situada entre «Enrique V» (1944) y «Richardo III» (1955), para el Hamlet ruso, dirigida por Grigori Kozintsev, habría de esperar hasta 1964; para el de Franco Zeffirelli, hasta 1990; para el de Kenneth Branagh, hasta 1996 y, at last and least, para el de Nestor Almereyda hasta el 2000, protagonizada por Ethan Hawkwe y Julia Stiles como Ofelia, ambientada en Nueva York, cuyo poster sí pero no, no pero sí tiene desperdicio:
El primer William de Orson Welles, «Macbeth», había llegado un año antes a las pantallas, en 1947, dando lugar un bipartidismo furibundo, con lo malo que es eso: los wellistas acusaban a Olivier de teatralidad y los laurencios a Welles de intruisionismo…
Debe preocuparnos aquí el angosto hueco dejado a la joven Ofelia en la hora feliz del lucimiento, frente al dueño y señor de todo aquel brillantísimo fuego de artificio… La verdad es que Olivier era mucho Laurencio… Me consolaré pensando que Maggie Smith debió de pasarlo bastante peor en su «Othello» de 1965, con dirección de William Burge…
Othelo.- Pues verás, querida, resulta que el público viene a verme a mí y no a preocuparse de dónde has perdido el pañuelo…
***
He aquí un título clave en mi vida cinéfila más temprana, mojándole la oreja a «El Libro de la Selva», «El Despertar», «Huracán» o «El Ladrón de Bagdad», cuyo recuerdo permanece indeleble en mis archivos mentales mejor codificados.
«La Isla Perdida» supuso el torrido comienzo de mi idilio, tan apasionado como incestuoso, con Jean Simmons. «The Blue Lagoon» conoció un «remake» absolutamente prescindible en 1991, protagonizada por una Brooke Shields si te he visto no me acuerdo. Acabo revisarla, en una copia infame, pero que me ha servido de mil y un rabos de pasa. Para su deleite y el mío, reproduzco aquí, el trasero de un prospecto que lo explica todo mucho mejor que yo, faltaría más…
***
«Hasta vernos en la Fería «(se refiere a la Gran Exposición de París en 1989) podría clasificarse como de una de esas «dueñas chicas» tan elogiadas por el Arcipreste de Hita: dueñas de un sólido argumento, de un interés constante, de un ritmo sostenido, de una interpretación solvente…
Si algún defecto tiene es que solo podrás verla una vez con derecho a sorpresa final de mucha cilindrada. Aunque Terence Fisher debía de ser casi un recién llegado, ya apuntaba maneras distinguidas a la hora de la puesta en escena. Simmons, por su parte, se muestra particularmente brillante y un Dick Bogarde jovenzuelo actúa de príncipe consorte, lejos aún de los Tadzios venecianos y de los dioses caídos en desgracia. Por allí andan también Honor Blackman, la Pussy Galore de «Goldfinger» y el papá contratante de Mary Poppins, David Tomlinson.
Resumiendo: encantado de haberla conocido; como sucede con la que sigue a continuación:
He aquí otra de esas «obras menores» merecedoras de nuestro interés y nuestro aprecio. La cosa va de chantaje y de veneno, en un thriller verdoso e inquietante donde el amour fou juega una importante baza. La Criada y el Señor, en este caso, no necesitan de Genet para poner en pie su rosario de la aurora, con el morbo añadido de que Miss Simmons, aquel mismo año, se había convertido en Mrs. Granger. Añado dos afiches más de la película, a cual más prometedor de emociones vicosas.
***
Otto Preminger, por si no lo sabían, es otro de esos cineastas que silban y yo acudo a dejarme contar lo que les plazca. Es lúcido, riguroso, brillante, con un regusto sarcástico a un humor que no osa decir su nombre. Su masterpiece absoluta supongo que será «Anatomía de un Asesinato» (1959), aunque haberlas haylas en su amplia filmofrafía para quitarse el sombrero y lo que haga falta.
Su encuentro con Simmons tenía necesariamente que echar chispas de talento; pero es que además andaba el Mitchum por allí buscándose problemas… Cine Negro at its best: una mala malísima, Diane Tremayne, cazadora furtiva y con cara de ángel, un duro durísimo que se cruza en su camino y una partida donde el Lobo lleva las de perder. De lo mejorcito de la filmografía de nuestra beloved J. S.
Ese mismo año, el 53, habría de participar en un brillante cocktail de actores consagrados bregando con una apreciable muestra de Cine Histórico, para el caso Enrique VIII, su hija maldita, y algunas de sus seis mujeres: «Young Bess», con dirección de George Sidney («Scamouche», «Los Tres Mosqueteros», «Levando Anclas»…), donde volvía a coincidir con Deborah Kerr una vez más (y no sería la última, como pronto veremos) y con Steward Granger, su santo esposo durante siete años más hasta que Richard Brooks apareciese en su flmografía selecta y en su vida.
Como Isabel I en años mozos, resulta difícil imaginar que, en tiempos por venir, el Cine le buscase unas pintas como las de Bette Davis o una Helen Mirren, cuyo parecido con John Hurt, en la miniserie de Tom Hooper, resulta altamente preocupante; y, hasta si me apuran, perdona a tu pueblo señor, de Cate Blanchet o Judi Dench, otra que tal baila contradanzas…
***
Oh, novela devoradora de inocencias y candideces adjuntas para caer en oídos del eterno adolescente-un servidor (de variopintos amos y amas a lo largo de su ya dilatada existencia)- y ello a muy temprana edad, circunstancia motivada por un hecho fortuito: el no ver tres en un buro de mi padre, por lo cual, mi Santa Madre, la Sra. Maruja, solía leerle, por las noches, los best-sellers de turno, sin tener en cuenta que su dormitorio se hallaba frente al mío… Muchos años antes que a Bella Darvi, escuché a la autora de mis días, entonando algunos de los mantras que me han acompañado en mi camino de Damasco: «¡Eres torpe, Sinuhé y tus caricias no me producen placer alguno…!», «¡Sin duda me tomas por una mujer despreciable, Sinuhé..!», «¡Vamos a la piscina, Sinuhé, a remojarnos…!»…No quiero ni imaginar lo que Freud opinaría de una educación sentimental como la mía…
Que un director tan competente como Mr. Curtiz, padre y muy señor mío de «Casablanca», no supiera o no pudiese sacar más provecho de semejantes materiales literarios resulta difícil de entender… ¡Pero si es que, además, contaba con un montón de bazas a favor: una partitura a cargo de Bernard Herrmann y Alfred Newman, un reparto con lo mejor de cada casa…! Bueno, pues no funcionó tan alta concentración de astros y asterioides… Hasta tal punto es cierto que toda una Gene Tierney pasaba por allí procurando y consiguiendo pasar inadvertida, sin un primer plano de su rostro inmarcesible…
Nuestra Jean, toda una profesional, se descila por el metraje sin romperlo ni mancharlo e incluso se permite el lujo de volver a pasar por el martirio, como ya le sucediera en «La Túnica Sagrada»(Henry Koster, 1953), la primera peli en formato cinemaScope.
En cuanto a Bella Darvi, en su papela de Nefernefernefer, o sea «tres veces hermosa», sí chupa algún que otro primer plano; pero renuncia a dos tercios de su triple nombre de guerra. Según cuenta la leyenda, su inestable carácter motivó el abadono de Marlon Brando en pleno rodaje, para ser sustituido por… Edmund Purdon, lo que podría explicar muy bien la desgana del director ante semejante cambalache.
Volviendo a Bella Darvi… Actriz judía de origen polaco que había conocido los campos de concentración nazis, saltó a la fama como enésimo descubrimiento del productor de la Fox, Darryl F. Zanuck, el cual pretendía lanzarla como un «más díficil todavía» de Ingrid Bergman. Tras una carrera a trompicones rematada en Francia y una vida privada entre la ludopatía, la drogacicción y el alcoholismo, acabó improvisando una cámara de gas para ella sola, en su hotel de Montecarlo, al no poder hacer frente a sus deudas de juego.
***
Tenía uno que yo no me sé del todo 10 octubres, cuando ella se ponía a cantar y bailar a las órdenes de otro de mis intocables. Todas- bueno, casi todas…- las grandes actrices de Hollywood (solas o acmpañadas) pueden presumir y presumen de un Mankiewicz en sus carrerones:
Debo confesar, levemente sonrojado, mi despego hacia este título en particular, «Ellos y Ellas», y por partida triple: como peli Mankiewicz, como peli Simmons y como musical propiamente dicho, aunque reconozco que su emparejamiento con Marlon Brando no deja de tener su glamour y su química orgánica. Intentaré verla con miopía septuagenaria a ver si consigo establecer contacto… Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las que sospecha tu filosofía… además de «Cantando bajo la Lluvia» y «Los Paraguas de Cherburgo», por mucho que ambos títulos te hagan reír y llorar, respectivamente, con sus sounds of music…
***
Leí en alguna parte una sesuda disquisición sobre los motivos por los cuales William Wyler debía ser considerado, estricto sensu, un artesano, no un verdadero artista… Bueno, ¿ y a mí qué, si algunas de las mejores horas que he pasado frente a una pantalla de cine se las debo a él…? Una vez más, sometido al suplicio de elegir tres títulos, tres, de su extensa filmografía, entrego mis manzanas al suguiente trío de gracias culo al aire… ¡Va por ustedes…!
«The Big Country» enseguida mea territorio como Western bien hecho y bien derecho frente a lo que, años ha, se denominaba «vaquerada». No es un Ford, ni falta que le hace. Tampoco lo era, si al caso vamos, «Los que no perdonan» (1960) de John Huston, alopécica ocasión que aprovecho para comparar a Simmons frente a Hepburn, para reafirmar mi preferencia por la primera de ellas, la cual, seguro estoy, nunca hubiese rechazado el ofrecimiento por parte de Visconti, de protagonizar, al lado de Burt Lancaster, una de sus cintas crepusculares más reputadas, «Confidencias», alegando la inmoralidad de su personaje, que acabaría siendo interpretado por Silvana Mangano.
De cualquier manera, hablando de delicias hustonianas, prefiero «El Juez de la Horca» (1972) a «The Unforgiven», donde Ava Gardner /Lillie Langtry seguirá brillando, inmarchitable , hasta el fin de los tiempos.
En «Horizontes de Grandeza» funciona, como banderín de enganche, su reparto estrellado: Peck+Heston + Simmons +Baker ( la que fuera «Baby Doll» para Elia Kazan, todavía en el candelabro, antes de la pendiente y caída en unas infautas primaveras romanas de toma el dinero y corre) + Ives (que, acabo de enterarme, era, además de sólido actor de carácter, un célebre intérprete de música country).
No me resisto a comentar aquí- defecto del animal- un suculento trivial de mi infancia: en los 50, a don Gregorio- y no hablo de Marañon- se le conocía por estos lares y estos penates penosos como «Gregori Pi», así tal como suena, un 3,14,16 que aflautaba, irreverente, al que, con el tiempo y una filmografía impecable, se convertiría en uno de los actores más completos (y más amados) de la Historia del Cine.
«The Big Country», vista hoy, resulta tan grata, tan bien hecha como siempre. El decidir si se trata de un producto artesanal de perfecto acabado o una «obra de arte» es cuestión, galga o podenca, que dejo a C. S. («Crítica Seria»); lo que es a mí, queridas y queridos, me va a importar un bledo, a la hora de disfrutarla con toda la fruición que se merece.
***
En 1960, el matrimonio Granger & Simmons se va al garete; una relación extraconguyal con Deborah Kerr del otrora marido ideal para cuelquier Englishwoman de la época, pudo ser o no ser el causante del si te visto, sí me acuerdo. Una filma con Allan Quatermain «Las Minas del Rey Salomón», y se va de rositas… Véase lo que le ocurría a Grace Jelly/Kelly en Mogambo…
A rey muerto, rey puesto: ese mismo año se nos casa con Richard Brooks, director de sólido prestigio, entre cuyos títulos más importates figura este «Elmer Gantry», por no echar mano de «Los Profesionales»(1966), «A Sanfre Fría» (1967) o «Con los ojos Cerrados»(1969), con la que su santa esposa daría por finalizada su carrera cinematográfica.
«El Fuego y la Palabra», por la que El que la Cagó tan Bien Cagada recibió un oscar, va a adentrarse en el espinoso tema de ciertas iglesias USA- no todas, se insiste en el largo rótulo que encabeza la película- y su concomitancia con el «showbusiness» (music hall + circo + santería), a la hora de atraerse a la clientela y pasar el cepillo. Si Elmer Gantry es prsentado, desde el primer momento, como un charlatán histriónico- en 1956, había filmado «The Rainmaker»(«El Farsante»), con Katharine Hepburn, en lo que parece un ensayo general para su personaje de ahora-a la Hermana Sharon Falconer tardaremos un poco más en conocerla, aunque su apellido dejaba poca dudas sobre su naturaleza depredadora, de mosca muerta a mosquito tsé-tsé de una tacada. Fascinante Simmons, capaz de transmitir la frialdad más cortante, impostada bajo una dulce sonrisa inmaculada.
***
Con «Epartaco», filmada en las afueras de Madrid, termina la «caza del brujas» en Hollywood; al menos, oficialmente…Y otra vez se las maravilla J. S. para, en medio de un reparto de tanta campanilla (véase arriba), para lucir esplendorosa.
La peli que todo progre debe ver- no todo iban a ser «Novecentos»- fue iniciada por Anthony Mann, que terminó despedido por la productora, de la que Kirk Douglas formaba parte, por motivos ideológicos. Leo por ahí que la secuencia de las canteras, al principio de la peli, es la única huella dejada de su paso por la cinta, con guion de Dalton Trumbo, un blacklisted saliendo del armario rogelio al figurar en los títulos de crédito.
«Espartaco» es una de esos títulos que uno ve una y otra vez a lo largo de la vida, sin que llegue jamás a defraudarte.
Para que nada falte, cuenta también con frivolité entre bastidores: el diálogo entre Tony Curtis y Laurence Olivier en la bañera, inicialmente censurado, sobre las ostras y los caracoles, ha llegado a ser casi tan famoso como los de Grucho Marx y Margaret Drummond en amor y compañía.
Fallecido Olivier por entonces, fue doblado por Tony Curtis y Anthony Hopkins, a la hora de incorporarlo a su masa madre, ya convertido en leyenda.
***
En el mismo año que «El Fuego y la Palabra» y «Espartaco», la Srta, Simmons protagonizará una tercera película, para el caso un vodevil de luxe, teatro filmado en toda regla, «Página en Blanco», con dirección de Stanley Donen «(«Cantando Bojo la Lluvia»), cuyo principal encanto vendría siendo el carisma de sus cuatro protagonistas: la ya citada y, a su vera, siempre a la verita suya, Deborah Kerr (¡Pelillos a la mar…!); como gallos de tan apetecible gallinero, Robert Mitchum (al que Simmons había precipiado al abismo en «Amgel Face», seguro lo recuerdan) y Cary Grant…
Acabo de revisarla para encontrarme con la desagradable sorpresa de descubrir a este último absolutamente descolocado, todo el tiempo pensando en otra cosa, mientras Simmons y Kerr se las apañan para hacerse con la función bajo la mirosa coñona de Robert Mitchum, cuya discografía les recomiendo, por cierto, encarecidamente.
Lamento haberla vuelto a ver: lo de C. G. me ha dejado un mal sabor de boca…
***
Deja un comentario